El preámbulo de la Constitución de 1978 (I)

Por eso, hemos de recordar que el método democrático –entendido como mecanismo de representación de voluntades e intereses y como instrumento para lograr decisiones vinculantes– es, antes de nada, un instrumento de aplicación y realización de valores y principios.
La democracia se convirtió, no sin esfuerzo, en un paradigma universal e indiscutido que hoy, sin embargo, está cediendo en tantas latitudes a planteamientos totalitarios, de uno u otro signo. Sabemos que la democracia es, en suma, nuestro camino; sólo en ella se reconoce hoy nuestro destino. Por eso, es crucial, cueste lo que cueste, seguir impulsando los valores constitucionales y las cualidades democráticas. Porque la democracia –no se puede olvidar– es, en palabras de Friedrich, más un estilo de vida que una forma de gobierno. 

En efecto, se trata de un estilo que rezuma preocupación por la gente, capacidad de aprender, tolerancia, sensibilidad social, perspectiva crítica, optimismo, visión positiva y, por encima de todo, un compromiso constructivo y abierto con la dignidad de la persona. Justo lo contrario de lo que hoy discurre por los dictados del despótico y tiránico gobierno que, aunque nos pese, han elegido millones de españoles.

Y, finalmente, “colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra” concluye el Preámbulo. Esta apremiante llamada de la Constitución a colaborar y cooperar para que la paz sea una realidad en todas las naciones y pueblos de la Tierra, encuentra hoy un especial eco en el corazón de la gente joven, a pesar de la pandemia. 

Tal vez se esté perfilando aquí un nuevo horizonte que defina espacios políticos más amplios y comprometidos. Tal vez la plenitud de nuestra ciudadanía española nos está exigiendo, con la voz de la Constitución, un compromiso más efectivo y más universal con el desarrollo y la cooperación internacionales, quizás comenzando con pasos decididos y novedosos en la promoción de la paz entre los países de nuestro entorno geográfico y cultural.

La real realidad es que se están vaciando los valores constitucionales, sobre todo desde la cúpula, y se instaura una tiranía que no encuentra más resistencia que la de un pequeño grupo de voces críticas y de colectivos rebeldes que no quieren regresar al autoritarismo. El silencio de los intelectuales es atronador y la ausencia de temple y coraje cívico proverbial. Se constata, en un nuevo aniversario de la Constitución, que de nuevo, como hace ya más de cuarenta años, que debemos sacudirnos, con inteligencia y compromiso, el yugo de esa deriva totalitaria que otra vez se cierne sobre nosotros. Es el principal desafío político para 2021.

El preámbulo de la Constitución de 1978 (I)

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