La justicia vecinal que venció a los okupas

Cuando las leyes amparan al que comete la ilegalidad y dejan al damnificado contando días y aguantando lágrimas la justicia puede llegar de lugares que poco tienen que ver con una sala de vistas.

En Portugalete han sido los vecinos del barrio de Repelega los que han devuelto el orden a las cosas. Porque no se puede esperar a que los engranajes judiciales comiencen a moverse cuando una mujer de 94 años se encuentra con su casa okupada por un grupo de desalmados. La cerradura cambiada, los recuerdos destrozados, las posesiones de toda una vida arrojadas como basura al patio.

La desolación de Victoria suscitó de inmediato la solidaridad de sus vecinos. El consuelo en forma de abrazos y palabras de ánimo y la resolución necesaria para mostrar la contundencia que hasta ahora no se ha dado desde los órganos que deben legislar para que la víctima sea la que goce de protección y la reparación del daño sea inmediata. 

En este caso el tsunami fue pacífico. Fueron cientos los que cercaron a los okupas y les obligaron a devolverle a Victoria el que había sido su hogar durante ochenta años. Sin violencia, con determinación. La maldad no iba ganar esta vez. No como tantas otras, en las que los procesos judiciales, dilatados en el tiempo, acaban por favorecer a los que invaden la propiedad ajena.

Seis meses de espera para el desalojo de los ilegales es una agonía insufrible para el que solo puede quedarse frente a la puerta cerrada de su vivienda.

La política ya está llegando tarde. La legislación que proteja a quienes sufren una ocupación debería ser una realidad. Igual que las medidas que hagan ver que okupar una casa no merece la pena. Algo va mal si hacer justicia depende de los ciudadanos.

La justicia vecinal que venció a los okupas

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