Disparates postelectorales

Ha explicado Mariano Rajoy que el mandato de las urnas ha sido claro y que, por tanto, “lo más razonable” es que él pueda formar un Gobierno de amplio apoyo parlamentario que proporcione estabilidad y certidumbre. Y en una línea paralela de discurso  nuestro autonómico Núñez Feijoo ha señalado que intentar ser presidente sin haber ganado constituye un hecho “sin precedentes”.
No les falta razón a uno y otro. Pero ahí están esa ley electoral general y las correspondientes autonómicas que en ella se inspiran para posibilitar  esperpentos como el que se representa en Cataluña y situaciones como la que a nivel de todo el Estado se ve venir. 
Allí, donde un partido con menos de un 8 por ciento de los votos lleva más de tres meses sin dar salida a la interinidad política que se vive.  Y en todo el territorio nacional, con un Partido Popular que muy posiblemente se verá apeado por doquier del poder después y a pesar de haber ganado las elecciones, logrado un millón setecientos mil votos y treinta y tres escaños más que su inmediato seguidor, haber sido primer partido en trece de las diecisiete comunidades autónomas y haber resultado  primera fuerza política en el 75 por ciento de las circunscripciones electorales.
Muchos se preguntan estos días por qué, con la mayoría absoluta de que en la pasada legislatura disponía, el PP no se aprestó a reformar la ley electoral general, cuyos mecanismos  tanto le están perjudicando y, sobre todo, cuando tanto están permitiendo el quebranto de la voluntad mayoritaria de las urnas. 
Mucho no se entiende, en efecto, que el PP incluyera en su programa electoral de hace cuatro años la reforma del sistema electoral municipal para “respetar la voluntad mayoritaria de los vecinos” y que no lo haya llevado a cabo con carácter general. Algún intento, es cierto, ha hecho, pero siempre tímidamente y fuera del tiempo oportuno. 
Desde mi modesto entender, creo que ningún sistema electoral de nuestro entorno deja tan abierto y sin contrapesos o barreras el régimen de pactos postelectorales como aquí sucede. En Francia, como se sabe, funciona el sistema de doble vuelta donde los ciudadanos deciden, cuando procede, las mayorías estables de gobierno. A ella sólo pueden presentarse, según los casos,  los partidos con mejores resultados en la primera ronda.
Y aunque con procedimientos un tanto expeditivos, Italia ha aprobado hace unos meses una  reforma que asegura el veredicto de las urnas con un premio en escaños al partido vencedor de las elecciones.  Así puede éste formar un gobierno mayoritario que obtenga con rapidez la confianza de la Cámara. España, como se ve, anda por muy otros –y poco edificantes– derroteros.

Disparates postelectorales

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