Al mundo le faltan liderazgos ejemplarizantes, vidas humildes entregadas a tender puentes entre análogos, guías coherentes entre lo que dicen y hacen, dirigentes claros dispuestos a servir, no a servirse de su posición de privilegio, puesto que la diversidad de opiniones, siempre nos ayuda a ver más allá de nuestros propios ojos, máxime en una época con tantas dificultades, pues junto a la pandemia, hay un crecimiento violento que nos desborda, un discurso racista que discrimina, con un impacto tremendo que repele por su abecedario de odios y venganzas. Esta dramática situación, cuestiona muchas certezas y pone muchos interrogantes, en nuestro hacer viviente. Quizás, lo prioritario, sea orientar nuestra propia vida de otro modo, gestionando las cosas mejor, ayudados por gobernantes verdaderamente comprometidos, que es lo correcto, con ese bien colectivo, al que todos tenemos el deber de cooperar y el derecho también a poder disfrutarlo.
La tarea no es fácil, puesto que para contrarrestar esta discriminación y abordar las causas profundas de la intolerancia, hemos de propiciar más acciones contundentes. De nada sirven los discursos de concienciación por la diversidad y promoción de la inclusión, si luego no los hacemos realidad en nuestro acontecer diario de vida. Por eso, es fundamental que la humanidad busque otros talentos de mayor conexión con la situación y la rectitud, y abandonen aquellos que no están dispuestos a sacrificarlo todo por la fraternidad del mundo y la realización libre de su pueblo. Indudablemente, la ausencia de líderes auténticos entregados a un esfuerzo convergente para relanzar ese espíritu que nos fraternice, hace que tampoco avancemos para despojarnos de esta atmósfera mundana que no sabe escuchar el grito de los que sufren, ya sea por la pobreza, falta de empleo decente o miserias humanas vertidas, ni ver con el corazón que nuestro planeta está gravemente enfermo. Nos hemos convertido en piedras que nos tiramos unos a otros sin consideración alguna. Puede que tengamos que propiciar la gran revolución del donarse, ante tantas dictaduras de poder que se apoderan hasta del aire que respiramos, adueñándose de nuestro destino. La solidaridad ha de ser ese vínculo que nos fraternice a las personas de todas las naciones y todas lenguas. No hay viaducto mejor que ese lazo solidario que implica por sí mismo respeto mutuo. Los gobiernos, con sus cabecillas al frente, deberían saber que para que haya unión debe haber consideración hacia todo ser humano, y que ellos son los primeros que tienen que convertirse en promotores de concordia, sabiendo consensuar posturas, escuchando a todos sin excepción alguna. Los liderazgos políticos no pueden convertirse en el mayor negocio para sí y los suyos, en un paraíso de charlatanes, que nada resuelven, en parte porque se ha llegado a convertir en muchos países, por no decir en todos, en el campo laboral para ciertas mentes mediocres.