Alguien dijo que los partidos políticos no mueren de muerte natural, sino que se suicidan. Algo de verdad hay en esa aseveración. Una serie de escándalos financieros acabó con los socialistas italianos, sus votantes decidieron “disolverlos”. La posibilidad de que eso mismo pueda ocurrirle al PP y al PSOE es bastante remota. Aunque eso sí, tienen todas las “rifas” para que los efectos colaterales del vendaval griego los alcance de lleno. De hecho ya los están sintiendo.
La realidad es que los ciudadanos están tan hartos, que parecen  dispuestos a remover los cimientos del bipartidismo.
Un binomio político que comenzó con la llegada al poder de los socialistas en1982.Las últimas encuestas señalan que los partidos emergentes están en los puestos de cabeza, prácticamente empatados con el PSOE y el PP.
No se sabe qué ocurrirá, puesto que todavía faltan varios meses para las elecciones generales y pueden pasar muchas cosas. Aunque se vaticina –en el peor de los escenarios– que los nuevos partidos tendrán un gran peso en la configuración del nuevo parlamento.
El futuro inmediato no trae buenas noticias para el PP, ni tampoco para el PSOE. En todo caso, es el fruto de lo que han sembrado, que empezó en la última legislatura del señor Felipe González. Los ciudadanos están cansados, se encuentran al límite, por lo tanto quieren cambios.
Es obvio que para el PP y el PSOE pintan bastos. En ambos partidos están ocurriendo “deserciones”, que se traducen en lealtades y votos que se escapan, que se solicitan asilo político en Ciudadanos y en Podemos. Es una actitud comprensible, incluso lógica.  
Los partidos emergentes significan nuevas esperanzas, nuevas alternativas. Ciudadanos representa un partido de centro, moderno, con visos progresistas en algunos aspectos, se podría comparar a la CDU de Angela Merkel. En realidad, encarna los valores de la derecha europea, la que nunca  –excepto el breve período en el que gobernó Adolfo Suárez– tuvo España.
Por otro lado, Podemos representa el proyecto de la socialdemocracia desaparecida, que era la que simbolizaba el PSOE en su primera etapa en el gobierno.
Antes de que comenzaran los grandes escándalos por corrupción, que llegaron al culmen con el caso Roldán. Aunque algunos despotriquen contra los dirigentes de Podemos, porque provienen de corrientes marxistas, incluso trotskistas, su proyecto social no tiene nada de radical ni de radicalizado, es un programa genuinamente socialdemócrata. Asumible. Lo demás es rizar el rizo.
Es obvio que la erosión del PP y el PSOE no empezó antes de ayer, ni siquiera antes de comenzar la crisis, en realidad empezó hace tiempo. Pero mientras España “iba bien” nadie se preocupaba de nada, de poner orden en la casa; ni siquiera la señora Merkel lo intentaba. Pero de pronto quedó al descubierto lo que éramos, lo que somos, o lo que pretendíamos ser.
Se destaparon los cambalaches financieros, los engaños políticos, las trampas para eludir el fisco, las empresas ficticias, el blanqueo de capitales, etcétera, toda una lista interminable de despropósitos.
Al mismo tiempo los ciudadanos descubren que da igual que gobierne el PP o el PSOE, se dan cuenta que son dos caras de una misma moneda.
Aprenden que las consignas y los slogans no significaban nada, que el gobierno no está en Madrid, que son las bolsas, los lobbies y la gran banca los que verdaderamente mandan.
Los que gobernaron este país durante los últimos 32 años se enfrentan a una cruda realidad: la posibilidad real de ser desalojados del poder.
Nunca barajaron esa variable, su infinita soberbia no les dejaba. No pensaron que podían aparecer nuevos partidos que les disputaran la “cartera” de clientes. Se creyeron que tenían patente de corso, que como no había competencia la clientela estaba asegurada. La realidad es que podían hacer y deshacer a su antojo, como si el país fuera una concesión, su cortijo particular. Pensaban que los ciudadanos estaban atrapados, que no podían hacer nada, que no tenían otra opción sino votar a los partidos de siempre. Se equivocaron.