La galería Vilaseco ofrece la muestra “Manos de barro” de Gloria García Lorca, que nació en el exilio de Nueva York en 1945 y reside en España desde los 23 años. Se formó en arte y literatura en el Sarah Lawrence College de Bronxville y su obra figura en colecciones importantes, como el Reina Sofía o Loewe.
Es sobrina del gran poeta andaluz, del que tradujo al inglés El Romancero gitano, entre otras obras; con él parece compartir, no sólo “el duende”, ese misterioso genio del alma andaluza, sino el amor por la cultura popular, o la necesidad de acercarse al suelo original de la vida. De ello atestigua la obra expuesta, cuyo título alude a que las manos que modelan la arcilla son de su misma pasta, como relata el adámico mito bíblico.
Y aunque la pintura fue su medio de expresión, confiesa que estaba un tanto cansada de ella y de la sacralización a que está sometida, por ello, sintió necesidad de acercarse a lo artesanal, a los oficios, a los objetos de uso y así ha hecho también diseño de alfombras. Además, el barro le permitió sentir el pálpito de la arcaica memoria de nuestro origen humano, de modo que establece con él un intercambio táctil de energía, incluso una participación animista. Las piezas que presenta son de barro refractario, y en ellas puede ver –según confiesa– los elementos minerales : el cobre, el silicio o la cal y también las huellas impresas en la tierra lo largo de los siglos: “...algún pececillo antiguo, garras de águila y ojos de gato montés, sangre, una vaca, lluvias y aludes”.
Y podríamos seguir enumerando, pues la naturaleza, con sus formas orgánicas, ha sido su fuente de inspiración y ha modelado agrupaciones de piezas que configuran líquenes y tornados y volanderas migraciones, aunque también ha hecho cuencos y vasijas a la manera tradicional de los alfares. Para esta muestra, construyó rulos de blancas vendas con que envolver y curar heridas y luego las esparció por la pared, como puntos que recuerdan bandadas de pájaros, o hizo con ellas rústicos cacharros, dejando que se viesen las grietas de unión y las imperfecciones de las tiras de barro antes de ser alisadas.
Pues, sin duda, no es de lo elaborado y perfecto de lo que quiere hablar, sino de aquello que es fragmentario o que está en búsqueda de una nueva forma, también de aquello que está en trance de descomposición y de lo es ligero, aéreo, casi inasible, como los pétalos o las alas.
Hay, por lo tanto, un sentir poético que nos aproxima al drama del tiempo y a los abismos del espacio; sus criaturas se dispersan, como en la ”Instalación vendas”, o se unen sin solución de continuidad, como su “Pared del viento”, construida por teselas de prismas triangulares.
Y abriendo caminos al espacio o sirviendo de mojones están sus 10 torres o columnas cilíndricas, formadas por yuxtaposición de tubos del mismo diámetro, pero diferente largura y de distintos colores: blanco, ocre claro, negro, rojo, gris y turquesa; no son perfectamente geométricas y llevan las marcas de los cosidos, pues hablan quizá de aspiraciones incumplidas.