se cumplen 75 años del primer partido disputado en Riazor. El equipo es colista de Segunda División. No son muchos los que tienen ganas de celebrar la efeméride. La actualidad lo eclipsa todo. Para los que no han vivido otros tiempos más que los buenos no resulta fácil encajar las rachas complicadas.
De los que iban al campo hace tres cuartos de siglo, en aquel entonces en edad de hacer la Primera Comunión, quedan algunos que hablan de ilusión. De la novedad y la emoción de la aventura que comenzaba en el mismo momento de salir hacia el estadio. El ritual del encuentro por el camino con los compañeros de grada para hacer juntos los últimos metros, el bocadillo para el descanso en la mano, la espera mirando el césped e imaginando goles y el aplauso cuando salían del vestuario los jugadores. El primer partido en Riazor fue una derrota y esa temporada el equipo acabaría descendiendo a Segunda. Aunque de los tiempos en la categoría de plata –no de los iniciales, sino de los que vinieron después, durante años– la actual afición del Deportivo no quiere acordarse.
Es más fácil, y sin duda más agradable, recordar las grandes gestas: la Liga ganada, las noches de Champions con los mejores del panorama europeo pisando el suelo blanquiazul, los ascensos… Pero para llegar ahí se superó una larga travesía por el desierto de los clubes con recursos reducidos en el césped y en los despachos, de tardes de volver a casa con ganas de tirar la camiseta y de promesas de pisar nunca más el estadio. Hasta el siguiente partido. Los que sí tienen en mente esa época de no saber lo que era medirse al Madrid o al Barça dicen que, pese a todo, entonces se disfrutaba mucho. Quizá porque no sabían que se podía tener más. Los deportivistas de hoy saben lo que es tocar el cielo y también lo que es no ver la luz al final del túnel. Pero siguen yendo a Riazor. Igual que los de hace 75 años. Con ilusión.