¿DÓNDE VAMOS?

Una parte importante de nuestra juventud está en una coyuntura verdaderamente complicada, a nadie se le oculta lo difícil que es hoy encontrar trabajo, salir adelante, como se suele decir de forma coloquial. Se puede llegar a la treintena sin expectativa alguna, eso sí muy bien formados y con estudios de todas clases y grados, incluidos idiomas. Sólo algunos, muy pocos, con bastante fortuna consiguen iniciar una vida profesional de forma más o menos satisfactoria, otros tienen que emigrar, sin ninguna seguridad de continuidad o de éxito; la mayoría simplemente aspira a conseguir algo, lo que sea. En muchos casos, eso de la inclinación hacia un determinado tipo de trabajo ha pasado a la historia, pues cualquier profesión realmente vocacional, sea liberal o no, está prácticamente colapsada. El empleo público, las oposiciones, sólo dan cobijo y seguridad, como es lógico, a un número relativamente reducido de los miles y miles de aspirantes a puestos de cualquier nivel en la administración.
Una vez más, el famoso estado de bienestar nos muestra una cara poco atractiva, la de quienes, inmersos en él, no son dueños de sus vidas. No diré yo que salir de la pobreza sea malo, la prosperidad de nuestra sociedad nada tiene que ver con la de antaño, con la de apenas cincuenta años, es mucho mayor. Sin embargo, el trabajo en el mar o en el campo, por muy duros que fuesen, tenían como contrapartida el enraizamiento en una cierta forma de vida. Ahora muchos no saben ni cómo ni donde pueden acabar, si es que acaban en algún sitio. Comprendo que hay que ser competitivo, buscarse la vida, pelear, como hicieron nuestros abuelos, que en bastantes ocasiones dejaron todo para darles una vida mejor a sus hijos.
La diferencia estriba en que entonces se estaba produciendo el proceso de trasvase de la mayor parte de la población del campo a la ciudad. El poder público se hizo cargo de ese proceso, la masa desarraigada se echó en sus manos, los gobernantes les organizaron la vida, sobre todo les dieron enseñanza y atención sanitaria; pero no lo hicieron solamente por generosidad, el llamado dinero público les proporcionó a ellos, a los gobernantes, un inmenso poder. Ahora nos escandalizamos de la corrupción, como si no fuera previsible que los amos del cotarro no fueran a perder la cabeza con tantos recursos puestos en sus manos. Pero lo más triste no es eso, lo más triste es que en los cálculos de los poderosos, los nuevos dueños de la sociedad de consumo,  nuestros gobernantes púbicos, no estaba ni parece estar la necesidad de crear una sociedad donde el trabajo sea un bien prioritario, lo que quieren hasta los más vagos es repartirse carteras ministeriales.

¿DÓNDE VAMOS?

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