La conspiración

Hacía tiempo que había perdido la alegría. Los achaques de la edad habían influido. A medida que su salud se había ido volviendo frágil, su carácter se había agriado. Pero el mayor daño a su forma de ser era consecuencia de la pérdida de protagonismo. El adjetivo afable nunca había sido el idóneo para calificarlo, pero de ahí a que ahora solo encajase en el concepto de adusto mediaba un abismo.    
Su capacidad para idear teorías de la conspiración lo había encumbrado. Las emisoras de radio se lo rifaban para que expusiese sus hipótesis, pero esos tiempos quedaban ya muy atrás. El boom de las televisiones privadas lo devolvió al primer plano. Sin embargo, el regreso fue efímero. No supo dosificarse. Saltaba de programa en programa, de cadena en cadena y los espectadores no aguantaron.
Se refugió en su despacho, del que solo salía para acudir a la consulta de su psicoanalista, un argentino que aseguraba que había huido de su país porque estaba en el punto de mira los golpistas. Él, en cambio, estaba seguro de que era un espía enviado por los milicos para controlar a los exiliados. Uno tumbado en el diván y otro sentado en su sillón, hablaban tanto que las sesiones de terapia parecían un duelo entre dos monologuistas.
Un día se hartó. El doctor le llamó conspiranoico y él no aguantó más. Salió volando de la consulta y mientras bajaba las escaleras se sintió tentado de fabricar una picana casera y darle unas descargas. No obstante, al llegar a la calle ya lo había descartado. Se acordó de la concha de su madre y decidió que no volvería más a la consulta.
Quizá entonces fue cuando se le peló el cable definitivamente. Desde ese momento no dejó de ver conspiraciones por todas partes. El disparate se instaló en su mente y nunca consiguió librarse de él. Pero ahora se sentía pletórico. No le cabía la menor duda de que las fuerzas del mal estaban desatadas y urdían confabulaciones día tras día para ocultar la realidad a todos.  
A ver sino cómo era posible que los políticos pasasen más tiempo en los juzgados que en sus escaños; que los peperos diesen la impresión de tener menos principios que la progresía; que una gaviota devorase a una paloma en la plaza de San Pedro; que el presidente de un club de fútbol dimitiese por cobrar-pagar comisiones en un fichaje; que los hispanoamericanos emigrasen a Galicia para hacer fortuna; que Beiras no se atreviese a disfrutar de una placentera jubilación... si consiguiese que Iker Jiménez lo invitara a su programa, desbancaría a Belén Esteban del liderato de la popularidad.

La conspiración

Te puede interesar