Empecé a trabajar hace 33 años, en la sanidad pública. Eran años de construcción del Estado democrático que nos dimos y que, hoy en día, nos permite convivir en paz. Desde entonces, mucho ha cambiado la sanidad pública y, por supuesto, el sindicalismo.
En aquellos inicios laborales, estaba convencido de la necesidad de la afiliación sindical para unir esfuerzos con mis compañeros en la procura de mejoras laborales. Mi opción fue formar parte de un sindicato de clase. Creía, y creo, que la defensa del conjunto del trabajo no puede defenderse desde una parcialidad de oficios, profesiones o territorios.
Claro está, las consideraciones personales influyen en la toma de decisiones, incluso en este caso. Por eso, decidí incorporarme a la Unión General de Trabajadores, bien aconsejado por mi buen amigo Antonio García Vázquez, que en paz descanse, histórico dirigente sindical compostelano. Mi elección sindical de clase comulgaba muy bien con la propia amistad.
Decía que mucho han cambiado las cosas. Después de progresos importantes que mejoraron el bienestar de todos los ciudadanos, ahora, estamos inmersos en un proceso de pérdida de los niveles alcanzados. No sólo cae el empleo, también menguan los derechos laborales, empeoran las condiciones de trabajo, se reducen las prestaciones sociales y a nadie le son extraños los nuevos conceptos de pobreza energética, trabajo por proyectos o desregulación del trabajo y la economía.
En estas estamos cuando sufrimos el intento independentista catalán de tomar la parte por el todo, el fomento de la división de la sociedad en su comunidad autónoma, los métodos antidemocráticos para destruir las Instituciones políticas autonómicas o la negación de los derechos de los que no piensan como ellos.
En este ambiente, CCOO y UGT de Cataluña deciden participar activamente en una manifestación de apoyo a los ex políticos independentistas en prisión preventiva por sospechas de incitar y organizar actos violentos para acabar con el sistema democrático. Si no lo veo, no lo creo. Caminando al lado de golpistas de nuevo cuño.
Consecuencia inmediata fue el reproche de alguna sección sindical. Más mediata, será la baja de afiliación, pues el nacionalismo catalán ya tiene su fuerza sindical original. Para qué quieren una copia.
Los dirigentes de UGT y CCOO deben muchas explicaciones, especialmente, a los afiliados. Ya tenemos bastantes problemas sociales y laborales como para soportar, ahora, este esperpento. ¡Qué se centren en estas cuestiones que nos afectan a todos!