Tiempos convulsos

El cisma creado con el asunto de Cataluña llega a límites increíbles. En los primeros momentos la gente se echaba las manos a la cabeza al ver a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, abrirse camino, a diestro y siniestro,  a fin de evitar una votación, declarada ilegal desde el minuto uno.

A partir de aquí, cada quien opina, y las redes sociales pronto despertaron filias y fobias a favor de unos y de otros. Se ha creado un totum revolutum, que permite a quienes vulneran la ley sacar su pequeña porción de justificación a todo lo que hacen.

El mayor argumento, o si se quiere el de mayor consistencia, es decir, que votar no es ilegal, que un pueblo tiene derecho a opinar sobre su propio gobierno y lo que es más importante: sobre su propio sistema de organización.

De esta manera la voluntad popular es la que manda y para este objetivo cualquier cosa es válida.

Obviamente, también vale cargarse todas las leyes habidas y por haber porque lo que importa, son aquellas normas, impuestas desde dentro, que a pesar de que están en contra del marco que fija la Constitución, como ya no la reconocen pues no va con ellos. Desde el momento en que un dirigente político, o un grupo de ellos, llama a sus huestes a la rebelión de la ley, ya todo vale. Así que ya da igual el censo, da igual donde se vote, da igual el resultado y por supuesto da igual el control del escrutinio. Se ha validado y punto.

Se puede apelar al pasado y entender que la dinámica separatista se ha venido cociendo desde hace años, sin que por parte de los gobiernos de turno, se hubiera intuido lo que iba  a suceder. Sin duda tener un Presidente que tiene el cuajo de afirmar que el día 1 en Cataluña no ha pasado nada, es echarle muchos bemoles. Ha pasado y mucho. Negar lo evidente es un mal camino para un político cuya mayor virtud es no hacer nada, dejando que las cosas sucedan en una vorágine, sin más atajo que la actuación policial, la de los jueces y la del tribunal constitucional, que de un tiempo a esta parte sorprende por su celeridad y premura, aunque ni dios le respeta.

Tiempos convulsos. Deberíamos recobrar la serenidad y pensar dentro de los límites de la cordura. Hay quien compara lo de Cataluña con los derechos de los negros o las victorias sufragistas. Nada más lejos de la realidad. Esas luchas siempre se dieron en regímenes totalitarios donde la libertad de expresión y los mecanismos legales para cambiar leyes estaban vetados.

En nuestro país el sistema es democrático y tiene herramientas que permiten cambiar la ley dentro del entramado jurídico constituido.  Y  este totalitarismo implantado ha generado odios con en el que discrepa de sus ideas.

Se llama extranjeros (o fachas) a quienes, incluso, siendo catalanes de origen  no opinan lo mismo que los de turno. Esto es una toma de rehenes para la que todo vale.

El delito de  sedición se regula en nuestro Código Penal,  castiga con penas de hasta 15 años de cárcel a quienes “se alcen pública y tumultuariamente” para “impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes”, o para “impedir a cualquier autoridad, corporación oficial o funcionario público, el legítimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales”. Una versión más grave de la sedición es la rebelión, reservada a quienes se levanten “violenta y públicamente” para, entre otros objetivos, “derogar, suspender o modificar total o parcialmente la Constitución” o “declarar la independencia de una parte del territorio nacional”.

Este delito fue el que se aplicó, por ejemplo, a los guardias civiles y militares que perpetraron el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. “Cuando la rebelión no haya llegado a organizarse con jefes conocidos, se reputarán como tales los que de hecho dirijan a los demás, o lleven la voz por ellos, o firmen escritos expedidos a su nombre, o ejerzan otros actos semejantes de dirección o representación”. ¡Fenómeno extraño que aun anden sueltos!

Tiempos convulsos

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