Penas con pan o sin él

A lo largo de mi vida me he cansado de escuchar la famosa cantinela de que las penas con pan son menos y, a día de hoy y con el Coronavirus en plena propagación por Europa, tengo serias dudas de que eso sea del todo cierto. Creo que si realmente el mal nos acecha, acabará dando exactamente igual si había o no había pan… Y es que cuando el problema es de tal magnitud como para afectar a toda una sociedad (guerras, genocidios, pestes o pandemias); la desgracia nos iguala a los unos con los otros y acaba dirigiéndonos inexorablemente a una única meta común que radica en sobrevivir; porque cuando nada vale nada y únicamente la vida es un bien en sí mismo, uno se da cuenta de que su suerte es tenerla y su deber protegerla. 

Me considero una persona optimista y no estoy dispuesta a caer en el fatalismo que promulgan desde ciertos sectores de la sociedad. Opino que con esta enfermedad sucederá lo mismo que en su momento sucedió con otras similares. Pasará por aquí, dejará su inevitable rastro, nos bajará los humos para recordarnos nuestra vulnerabilidad y –como decía Julio Iglesias–, la vida seguirá igual. Porque tiene que seguir, a pesar del retroceso económico que pueda traer consigo y del aceleramiento de muertes anunciadas, continuará y nos hará más humanos… Pero, sobre todo, nos enseñará algo que ojalá quede muy lejos de aquellas historias de guerra de las que nuestros abuelos preferían no hablar. 

Las dificultades nos hermanan, con pan o sin pan; pero estoy completamente convencida de que no debemos tener miedo. El miedo nos convierte en sus esclavos. Nos paraliza y nos obliga a sufrir antes de tiempo lo que quizás nunca llegue. Haciendo alusión a una frase memorable del gran  Alejandro Dumas: “No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que nos inspiran más temor”… Y así estamos. Temerosos por lo nunca vivido y obligados a contrarrestar este tipo de pensamientos y sentencias con otras que nos recuerdan que nada da más valor al miedo que el miedo de los demás. Y es que es ese terror la verdadera pandemia. Se extiende como la pólvora y nos impide vivir plenamente. Se contagia, se mete en la médula de cada cual y nos arrastra a desvalijar farmacias, supermercados y a vivir cada día pendientes de un toque de queda indeseable que no solo dejará la huella de la enfermedad, sino el arrase de la economía. 

Les ruego que vivan plenamente cada minuto, que aprovechen su tiempo continuando hacia delante y que actúen con calma y con tranquilidad, sorteando los obstáculos que nos aguardan sin caer en alarmismos y rogando para que pronto esta pesadilla se convierta en un mal sueño. Recurriendo al sabio refranero popular, nunca llovió que no escampara…y, a veces, lo que promete ser un huracán, acaba siendo una tormenta.

Penas con pan o sin él

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