Cuando se habla de música existe la convicción de que vivir sin ella sería un enorme error. Es como preservar el convencimiento de que puede cambiar el mundo y a las personas. Incluso no entendería escribir este tipo de artículos si no es escuchando de fondo las melodías más célebres que marcan una época y un tiempo donde siempre quieres ser el “prota”. Esa obstinación nos persigue desde el día en que damos nuestros primeros pasos. Así, me viene a la mente el extravagante Jack Nicholson en su película “Mejor imposible” donde da vida a un hombre insociable y borde con un montón de obsesiones que condicionan su rutina.
Hablando de ellas, tengo muy cerca un par de casos con enorme paralelismo donde la música y sus sueños, cómo no, forma parte de la historia de dos jovencitos talentosos. Uno se despierta con Mozart y el otro, el más pequeñín, se duerme con el mago austríaco nacido en Strasburgo. El mayor, ya de vuelta y media de todo, recurre al genio Wolfgang porque le transmite tranquilidad, relajación y fundamentalmente optimismo. Y el pequeño, se olvida de sus carrerillas y travesuras de niñez con sus colegas del “Insti” entrando en un “soponcio” espectacular con el legado musical del niño prodigio. Wolfgang Amadeus Mozart no solo fue un genio de la música, sino de todas las artes en general. Pero también uno de los más grandes maniáticos del mundo. En sus 35 años de existencia, Mozart dejó más de seiscientas composiciones.
Sin embargo, la gran contradicción de este genio fue su imagen y su trayectoria en todo lo que tenía que ver con su arte y que cabe calificar de mediocre cuando no insignificante.
Este divino de la música era muy poquita cosa, delgado, temperamental, nervioso y tan agradable como superficial en el trato. Sus reiteradas aficiones sorprenden a pequeños y mayores. Flipaba comiendo fuera de casa, bailar, jugar al billar o a los bolos. Y como colofón, su receta personal para combatir los catarros a base de tanta sopa como quieras, pero nada de carne de vaca. Un poco de ternera o cordero bien cocinado. Su delicia era el “pulmón” bien cocinado y papilla de arroz. Sería cuestión de probar.