Decía Sun Tzu –militar y filósofo chino de la antigüedad– que el supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar. Hay que señalar que las enseñanzas de Tzu tuvieron –y siguen teniendo– una gran influencia en Occidente. De hecho, “El arte de la guerra”, libro del cual se dice que fue autor, no se utiliza solo como un tratado de estrategia militar, sino también como un tratado político, incluso sirve como guía en el mundo de los negocios. No se podría entender la China moderna sin entender a este filósofo.
Una parte del siglo XX estuvo dominado por dos superpotencias, EEUU y la URSS. Pero esta última se desintegró en 1991 quedando EE.UU. como único poder global. Aunque en el campo militar –sobre todo en armas nucleares– hubo cierta paridad entre los dos países, se podría decir que desde el punto de vista económico, científico, tecnológico, incluso cultural, el siglo XX fue netamente norteamericano.
Pero las cosas parecen estar cambiando, hay señales que indican que el siglo XXI puede ser de China. Tendrían que suceder imprevistos, cosas graves, para que no fuera así. El desarrollo chino es poliédrico, por tanto, es difícil imaginar otro escenario.
China está disputando –quizá no abiertamente– la hegemonía occidental. Su desarrollo económico, científico y tecnológico es tan arrollador, que es prácticamente imparable. No existen tratados de libre comercio, ni siquiera militares, que puedan frenar ese avance. Nunca antes en la historia se había visto un desarrollo tan acelerado, tan intenso, ni un ascenso tan rápido de una nación. Las palabras de Napoleón Bonaparte, cuando dijo aquello de “dejad que China duerma, que cuando despierte el mundo temblará”, fueron realmente premonitorias. No se sabe si el mundo tiembla, aunque la preocupación occidental salta a la vista.
Estamos asistiendo al nacimiento de otro sistema económico-financiero mundial, un nuevo Bretton Woods, pero que se expresa en mandarín. La onda expansiva del gigante asiático se está dejando sentir con fuerza, no solo en Asia sino en el mundo entero.
Este nuevo centro de poder está removiendo los cimientos del orden económico mundial que se estableció en 1944. Beijing está creando nuevos foros económicos, nuevas cumbres multidisciplinarias, nuevos bancos de desarrollo, nuevos organismos multinacionales. En realidad, está desarrollando una serie de estructuras de poder que seguramente cambiarán el orden mundial vigente. A medida que Occidente pierde fuelle, sobre todo Europa, que está inmersa en una crisis económica, que además se ha vuelto endémica, crece la pujanza y el poder de China.
Para el año 2020 el gigante asiático habrá invertido en las economías de otros países más de 500.000 millones de dólares. El presidente Xi Jinping dijo en el Foro Boao para Asia –quizá para no asustar a los organismos financieros occidentales– que el recién fundado Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras (BAII), al que ya se han adherido una treintena de países, actuará en coordinación con otros organismos financieros multilaterales. Pero China, además de haber creado el BAII, también lidera el banco de los BRICS, el Fondo para la Ruta de la Seda, y un banco de desarrollo de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).
Estos organismos fueron concebidos para la concesión de préstamos a bajo interés, con el propósito de financiar infraestructuras en países emergentes.
Pero además, al promover un sistema financiero paralelo, despolitizado, Beijing está prescindiendo del FMI. No hay que olvidar que el gobierno chino, dado su enorme peso económico, solicitó más poder en ese organismo; algo que todavía no le han concedido. El desarrollo de China también se está trasladando a la esfera militar. Para defender sus intereses, el gobierno está construyendo una poderosa flota de guerra, capaz de extender su poder a los principales mares y océanos del mundo.
En cualquier caso, la fuerza de China no estriba solamente en su poder económico, financiero, científico o militar, su civilización milenaria tiene mucho que ver en ella.