Por fin lo consiguieron

era desde hace tiempo su gran y único objetivo.  Algunos lo pregonaban sin tapujos, con ocasión y sin ella: “hay que echar a Rajoy”.  Otros han sido más tácticos: han esperado el momento de una desproporcionada sentencia - la Gürtel- sobre una cuestión no gubernamental para derribar al Gobierno. Y lo consiguieron. 
Histórico. Por vez primera desde la Transición un presidente ha sido elegido gracias a una moción de censura, sin ser diputado y con el apoyo de una amalgama de siete grandes grupos que aglutinan a un total de veintidós partidos de toda clase y color: comunistas, nacionalistas, independentistas y proetarras, de la que cabe esperar todo menos estabilidad.
No sé lo que el gran patrón de la operación, Pedro Sánchez, habrá prometido de verdad a sus variopintos compañeros de andadura en esos previos “contactos de cortesía” con ellos mantenidos. O si tal vez ya todo o casi todo estaba ya más que cocinado con anterioridad. 
Pero sea como fuere, da la impresión que buena parte de los argumentos manejados para los préstamos de votos reside en la percepción de que con Sánchez será más fácil que con Rajoy el abordaje de los grandes temas pendientes, entre los que destacan Cataluña -su golpe y sus prófugos- y País Vasco, con el acercamiento de los presos etarras a cárceles más próximas, así como la gestión de la administración penitenciaria en estos tiempos en que ETA formalmente ha desaparecido. 
Olfatearon que Sánchez será mucho más voluble y mucho menos firme al respecto que Rajoy y que le podrán sacar muchas más concesiones. Si es que da tiempo para ello aun agotando la legislatura, porque todas son cuestiones que llevan su tiempo y no son fáciles. Y mucho dependerá también de la actitud de Podemos, el principal socio que el nuevo presidente del Gobierno se ha echado a las espaldas.
 “Si no entramos en el Gobierno, nos encontrarán den la oposición”, ha empezado por decir Pablo Iglesias. Mal panorama, habida cuenta de que el propio Sánchez adelantó en su día la voluntad de gobernar en solitario. Claro, que si algo ha quedado malparado en estos días es la coherencia de los partidos que se han hecho con el poder. Al afirmar un día una cosa y al día siguiente justo la contraria, su credibilidad ha quedado por los suelos. Los barones del PSOE, por ejemplo, han felicitado efusivamente a Sánchez no mucho tiempo después de haber pretendido acabar con él. Y es que cuando huelen el poder, los principios decaen con enorme facilidad.
Modernizar el país, como ha prometido, atender las urgencias sociales de la “muchísima gente que sufre precariedad y desigualdad” y hacerlo desde el consenso, como ha prometido, no se hace en dos patadas, por mucha capacidad de trabajo y entrega que en ello se ponga.

Por fin lo consiguieron

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