Honores póstumos

Fácil resulta comprobar cómo por estos nuestros pagos  a quienes se les maltrató políticamente en vida se les inciensa políticamente en la hora de la muerte. Es lo sucedido estos días con Francisco Cacharro Pardo, viejo barón del PPdeG, presidente de la Diputación de Lugo en base a sólidas mayorías electorales durante veinticuatro años, primer conselleiro de Educación de la Galicia autonómica y gran defensor de la provincia a la que representaba, de sus alcaldes y de sus gentes. De su paso por la dirección provincial del partido se han evocado los pulsos políticos con el mismísimo Manuel Fraga. Cómo se resistió –y con éxito- a que encabezara la lista de su Lugo natal cuando el gran patrón  inició su etapa política en Galicia. Y cómo se opuso a que hiciera lo propio Vázquez Portomeñe en las elecciones autonómicas de 1985, cuando a éste –de Taboada, él– hubo al final que buscársele acomodo en las listas de Pontevedra. Y es que Francisco Cacharro tenía muy presente el principio de que la política de Lugo se hacía y decidía en Lugo. Esto es: que nada de aterrizajes o imposiciones foráneas. Tal vez era consciente de que  el granero de votos que una y otra vez aportaba al partido le permitía esa cierta autonomía.
A él le cupo en suerte –o en desgracia- ser conselleiro de Educación con unas transferencias recién llegadas y con un curso académico a punto de abrir sus puertas. Y tuvo que soportar una modalidad de protesta hoy más que conocida, pero que por entonces no tenía nombre propio: los escraches. Sindicalistas de la enseñanza le seguían y perseguían con sus eslóganes  reivindicativos cuando en ocasiones se trasladaba a pie por las calles de Santiago.
Peor trance  fue  su procesamiento en la Operación Muralla, que marcó el principio de su eclipse político.  Una mañana de mayo de 2006 un fiscal estrella, Jesús Izaguirre (Yosu, cuando se trasladó al País Vasco), se personó en las dependencias de la Diputación para proceder a un espectacular registro, en medio del alborozo de la oposición política y mediática. Se le acusaría de algo por entonces no muy habitual así dicho: de corrupción,  por supuestas irregularidades en adjudicaciones de obras.
Con aquel episodio Francisco Cacharro se convirtió en uno de los primeros grandes condenados  con la injusta pena de telediario. Porque pasados los años –casi diez, se acaba de sobreseer el caso. Algunos de quienes pregonaron aquello con gruesos y repetidos titulares periodísticos  han dedicado ahora al carpetazo judicial una modesta gacetilla informativa. Es como si al final de una novela de misterio el desenlace viene a ocupar una nota a pie de página. Pero, por desgracia, así suele ser.

Honores póstumos

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