JOSÉ Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores en el penúltimo Gobierno de Rajoy, era un hombre que proyectaba dos imágenes. De puertas adentro, sus compañeros del PP lo tenían por alguien con una desmedida ambición, especialista en la zancadilla para conseguir el quítate tú para ponerme yo; en cambio, de puertas afuera, pasaba casi por ser un lord inglés, nunca perdía las buenas formas y, gracias a haber viajado por las cancillerías de medio mundo y haber leído mucho, transmitía la imagen de culto y simpático, vamos, que no parecía un ministro. Después, ya fuera del Ejecutivo, cultivó otra personalidad, la de oráculo de Delfos, y así fue capaz de asegurar, con tono de sorpresa, en relación a Cataluña: “No entiendo los silencios de Rajoy, mis consejos no han sido escuchados”. ¿Tono de sorpresa? Más bien misil contra la niña Soraya, pero en plan retranqueiro. Ahora ha renunciado a la ironía y ha mallado na exvicepresidenta: “Haré todo lo posible para que Sáenz de Santamaría no sea portavoz del PP”. Más de un cadáver político le apoyará.