Los buenos y los malos

Hoy el acontecer mundial es narrado desde posiciones maniqueas, las cuales hacen más difícil de establecer lo que en realidad está sucediendo en un determinado momento y contexto. Llegar a la verdad –no aceptando la oficial– es complicado en esos tiempos. 
Es obvio que los grandes intereses tratan de dividir al mundo en dos bandos: el de los buenos y el de los malos. Para ello se crean falsas narrativas con el objeto de construir lo que los poderes llaman “estados de opinión”, que no son otra cosa que los intentos de suprimir el libre albedrío y el sentido crítico en la ciudadanía. 
Simular, enmascarar, silenciar, etiquetar, es parte de la estrategia, pero lo más triste es que la mayoría de los profesionales que colaboran en el engaño (periodistas, corresponsables, intelectuales, cineastas, etc.) ni siquiera son conscientes de él.
El disfraz cumple una función esencial para lograr objetivos económicos, políticos o militares, una vez alcanzados y después de haber transcurrido un tiempo, sus actores intelectuales se dan el lujo –como no hay consecuencias punitivas– de reconocer que sus decisiones trajeron el caos a tal o cual país. Alegan que se cometieron algunos errores, sin embargo, no muestran signos de arrepentimiento ni problemas de conciencia, no hay un “mea culpa” ni una aceptación de la mentira, sino que todo  lo arreglan diciendo que sus servicios secretos les informaron mal. 
La realidad es que con semejante actitud lo que hacen es tomarle el pelo a la ciudadanía al tratar de venderle una falsa inocencia.
El olvido en estos tiempos es una especie de enfermedad que avanza rápido, los medios se encargan de ello. ¿Quién se acuerda ya de los responsables, Cameron y Sarkozy, que ordenaron destruir el Estado libio? Nadie. Silenciar la destrucción –ahora cínicamente se le llama daños colaterales– es la manera más desvergonzada de manipulación que haya existido jamás. Al hacerlo es como si los hechos no hubiera existido nunca, con lo cual queda el camino abierto –en caso de que los intereses así lo requieran– para repetirlos en el futuro. 
Dividir, excluir, estigmatizar, tanto a personas como a países, es lo habitual en estos  convulsos tiempos; la mayoría de los políticos europeos son maestros en ese “arte”. La posición maniquea de dividir el mundo en buenos y malos es retorcida, incluso aberrante, pero es rentable políticamente; nunca lo fue tanto. 
Sin embargo, la realidad nos demuestra, los hechos hablan por sí solos, que los buenos no son tan buenos. Que lo que hay son demasiadas engañifas para encubrir oscuros intereses, pocas veces legítimos. 
“Divide et impera”, decían los antiguos romanos. Resulta que en Europa los malos de la película son los inmigrantes, pero cuando hacían falta brazos para trabajar, en muchos casos en condiciones de explotación, no lo eran tanto, eran bienvenidos. Sin embargo, ahora son los malos, se han convertido en los chivos expiatorios de una casta de políticos inepta e incompetente que está gestionando una Europa en desbandada. 
La manipulación política que se está  llevando a cabo utilizando los refugiados y los inmigrantes le está haciendo un gran daño al proyecto europeo. De hecho, está contribuyendo a su descomposición.
Sembrar la discordia, la división y el odio no se justifican para lograr un fin, aunque éste sea legítimo, solo las mentes mediocres y encanalladas son capaces de hacer tales cosas. Para los políticos ineptos es más fácil esparcir la semilla de la confusión, enfrentando una parte de la sociedad contra la otra, que intentar arreglar los graves problemas que la están destruyendo.  
En todo caso, asumir posiciones maniqueas es peligroso; a la larga producen consecuencias graves, tanto sociales como políticas. Creer que la sociedad europea es la mejor, o que es la única portadora de la verdad, significa estar anclados en el pasado colonial. 
Es irresponsable alimentar este tipo de pensamiento, como hacen algunos políticos, puesto que no ayuda a construir un entorno saludable; además, son un obstáculo para analizar las  causas que nos han llevado al punto donde nos encontramos.  

Los buenos y los malos

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