El precio de ser nacionalista

No es cuestión de caer en tópicos manidos, pero a estas alturas cabría preguntarse cuál es el precio de que Artur Mas ceje en su empeño de realizar una consulta a los ciudadanos (los suyos) sobre la posible independencia de Cataluña. Y cuando se habla de precio no se habla de la más que posible fractura social que el referéndum provocará. Ni tan siquiera del coste que tendría para los propios catalanes convertirse en un país independiente. Ni mucho menos saber el dinero que se gastará en la infraestructura de montar una votación.
Se trata de aclarar cuánto tendría que pagar España, vía Presupuestos Generales del Estado, para mitigar, al menos de forma momentánea (se supone que mientras dure el dinero), las ansias secesionistas de Convergencia y sus socios, solo para esto de la emancipación, de ERC. Únicamente en esta clave se pueden entender las declaraciones efectuadas por el presidente catalán en las que aseguraba que los Presupuestos elaborados por el Gobierno de Rajoy son “una razón más para el soberanismo”. Cabe preguntarse si el sentimiento patriótico del “molt honorable” se puede diluir todavía, vía enmienda, a golpe de inversión y, una vez aclarada esta cuestión, la siguiente sería saber cuánto le costaría al erario español ese “gesto de grandeza” que con tanta insistencia se reclama desde la Generalitat.
Nadie tiene que rasgarse las vestiduras, al fin y al cabo vivimos en un Estado capitalista en el que ya se sabe que todo tiene un precio y, por lo que parece, también el sentimiento de nación de Artur Mas se encuentra sometido a los vaivenes de la oferta y la demanda. De entrada sabemos que los 944 millones que recibirá Cataluña no son suficientes, por mucho que sea la cuarta comunidad que más recibe, solo superada por territorios como Andalucía, Castilla y León y Galicia, donde las cuentas del Estado buscan solventar poco a poco, los años de discriminación que han sufrido y que se traducen en infraestructuras muy por debajo de la media del resto del país.
Pero eso parece importar poco a quien cierra hospitales, pero mantiene abiertas “embajadas” en las principales capitales del planeta; a quien impone copagos o clausura comedores escolares, pero se gasta 650 millones de euros en mantener órganos de propaganda como TV3 y Catalunya Radio. Desde 2007 estos dos medios públicos se han tragado 3.000 millones de euros, que así ya suena a barbaridad, pero que pasados a las viejas pesetas ronda el medio billón.
Con semejantes gastos no es de extrañar que Mas no pare de pedir y que hasta Durán i Lleida se aferre a su puesto en el Congreso preguntándose, en caso de dejar la política “¿de qué viviré y de qué comeré?”. Y es que ser nacionalista cuesta mucho dinero.

El precio de ser nacionalista

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