l éxito de la selección española de baloncesto, pase lo que pase en la lucha por las medallas, radica en el trabajo en equipo. No es la mejor selección del Mundial por individualidades, pero trabaja de forma consistente en equipo y el papel de los mejores se engrandece por el desgaste de “los menos buenos”. Grecia tenía, al mejor jugador del mundo en estos momentos, y ha caído eliminada antes de lo esperado. Argentina tiene a algunos jugadores que deberían estar “jubilados” hace tiempo, como Scola, y, sin embargo han dado la sorpresa porque son un equipo. En ciclismo, sin los gregarios, que tiran de los líderes hasta machacarse o bajan y suben a surtirles de botellas de agua, los grandes serían menos grandes. Messi es el mejor del Barcelona, pero fracasa cada vez que juega con Argentina. La diferencia está en el equipo que le apoya. Me dirán que Nadal es Nadal y no hay equipo. Mentira. Detrás de él, que es el que se deja la piel, da los golpes y aguanta lo inaguantable, hay profesionales que planifican cada detalle, que estudian a los rivales, que modifican la forma de jugar y hasta de alimentarse de Rafa o que planifican con él cada paso deportivo. Y hay trabajo con psicólogos y médicos, fisios... Un enorme equipo detrás de los éxitos del mejor tenista español de todos los tiempos o de figuras como Carolina Marín, campeona del mundo de bádminton, que acaba de reaparecer tras una grave lesión. Profesionales, que estudian, aconsejan, apoyan, escuchan, cambian hábitos... ¿Serían Nadal o Marín lo mismo sin esos equipos? Creo que no.
Hace unos meses, en el Congreso de la Abogacía de Valladolid, le escuché decir a Carlos Carnicer, sabio expresidente del Consejo General de la Abogacía, que “en la Abogacía institucional los éxitos no son nunca individuales, son siempre colectivos”. Utilizo su frase con frecuencia porque me parece que es aplicable a casi todo, aunque no seamos los españoles los mejor entrenados para trabajar en equipo, viciados por hábitos que me niego a considerar que sean genéticos, por una mala educación de nuestras habilidades, y por una escasa disposición a compartir tareas. Estamos acostumbrados a mirar a quien trabaja, criticar lo que hace y escurrir el bulto. Y muchas veces los que mandan se atribuyen los éxitos de otros simplemente porque son ellos los que ocupan el lugar que más se ve en una empresa o en una institución.
¿En la política hay trabajo en equipo? Hay equipos, pero no hay otra actividad en la que el líder pueda hacer o deshacer a su voluntad con menor asunción de responsabilidades y sin rendir cuentas. Me dirán que los electores tienen la última palabra, pero tampoco es verdad. Los errores tienen que ser muy groseros para que la masa expulse al líder. Los equipos de Podemos o del PSOE que han negociado el desacuerdo para gobernar no movían ni una hoja sin que Iglesias o Sánchez lo hubieran mandado. Y lo mismo sucede con Rivera, Casado, Torra o Abascal. Líderes indiscutibles, a los que nadie lleva la contraria, que desaparecen cuando dejan el poder, porque no lideran equipos sino que “son” el poder. Si aprendieran del ejemplo de Nadal, de la selección de baloncesto o de tantos otros que suben el nombre de España al podio, todos saldríamos ganando. Ellos, también.