En tránsito

La galería Parrote, en su línea de apostar por un arte renovador, ofrece una muestra de Benito Freire ( A Coruña, 1972) y Kike Ortega ( Pontevedra, 1971) ,cuyo título EN TRÁNSITO parece hacer alusión a la capacidad que tienen las obras verdaderamente creadoras de estar en continuo movimiento de transformación.

También alude a ese mirar “hacia delante, con compromiso, con criterio” , con que el galerista Pepé afronta su trabajo. Ejemplar es, en este transitar, la escultura de Benito Freire que ha encontrado en la forja del metal, trabajado con exquisita elegancia, un manantial de configuraciones abiertas a toda clase de sugerencias, en especial las que remiten a formas orgánicas, como ocurre con las piezas que titula “Descanso”, “Observador” , “Arremolinado”, “Gota” o “Caminante”. Se trata de esculturas que continuarían en la línea de sus anteriores “Bichos”, pero llevándolos a una gran estilización, merced a la sabia combinación de ahiladas varillas de hierro, en las que mezcla las líneas rectas con las curvas, y de redondas piezas de piedras de granito y cantos rodados que son sostenidos en el aire por aquellas.

Se produce así un contrapunto o contraste entre lo pesado y lo ligero de gran efecto plástico y sugestiva belleza, consiguiendo dar vida a criaturas de airosas y alígeras siluetas. En cuanto a Kike Ortega, arquitecto de profesión, dice encontrar en la pintura y la escultura una libertad expresiva que no le ofrece la arquitectura; no obstante, su formación de arquitecto le permite componer cuadros en los que establece un  fecundo y opuesto diálogo entre arquitecturas maravillosas, como las de los canales de Venecia o de altos rascacielos, como el Flat Iron, y materiales bastos que sirven de soporte a sus cuadros, como  tablones de madera de embalaje, cueros de viejos baúles o herrumbrosas chapas oxidadas.

Establece así un fecundo diálogo entre la eterna madre materia, siempre sujeta a la capacidad destructora de los elementos, y las creaciones humanas que se erigen como prodigiosa lucha contra esa misma destrucción. Entonces, los blancos edificios del Gran Canal veneciano parecen flotar irreales sobre los rojizos óxidos de una chapa de tractor, como si estuviesen orillados de un ocaso final; mientras que, en otra versión, se yerguen sobre tablones pardos de unas cajas de pescado, a modo de sucia sombra enemiga de su esplendor. Unos altos rascacielos de Chicago, pintados sobre  un decrépito capot de tractor, se dirían salidos de un quimérico ensueño. Y de ese mismo ensueño (o quizá angustiosa reflexión) parecen participar los recortados perfiles de dos personajes suyos que contemplan las aguas de la bahía coruñesa.

La reflexión sobre el tiempo y su inevitable devastación, a la vez que la eterna lucha humana, están presentes en la obra de Kike Ortega. Estamos, en suma, ante dos artistas en posesión de un lenguaje  personal y valiente que, aunque se beneficia de las rupturas y las ventanas abiertas por las vanguardias del siglo XX,  se alimenta de su propia y fecunda imaginación creadora.

En tránsito

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