Independientemente del color que tengan y la ideología que representen, resulta pasmosa la facilidad con la que los nuevos alcaldes (incluso los que recuncaron) han conseguido ya, en la mayoría de los casos, cerrar la organización de sus concellos y, en prácticamente todos ellos, con magras subidas salariales para los representantes de los ciudadanos. Es como si se hubiera desvanecido la prudencia económica que la crisis dejó tras de sí y todos se hayan lanzado a dignificar la profesión de representante del pueblo, algo que, de entrada, no tiene por qué ser malo. El problema radica en que, en algunos casos, estas subidas salariales se realizan en ayuntamientos que se encuentran al borde de la banca rota y en los que las gestiones previas, desde luego, no fueron nada brillantes. Una pena que una subida de salario no garantice que los nuevos gestores lo vayan a hacer mejor que sus predecesores.