RITA MAGALHAES

El secreto de la obra de Rita Magalhaes (Luanda, Angola, 1974) que expone en la galería Ana Vilaseco está en su mirada, mejor dicho en su capacidad de transformar lo que ve, por medio de ella, en evanescente poesía, en espacio de lo inalcanzable, en lejanía, en remembranza. “Toda una mirada –dice Bernardo Pinto de Almeida– nacida en medio del silencio”; silencio, por cierto, evocador y lleno de ecos y de lecciones de otros grandes “silenciosos”, como Vermeer de Delf o Turner.

La realidad vista a través de unos ojos empañados por la emoción o por las lágrimas, a través de una veladura que puede ser el agua, con todo lo que esta conlleva de símbolo de los sentimientos y de las conmociones del alma; de ahí el título de “Reflejos en el agua”, que lleva una de sus series, donde se ven las copas de los árboles sumergidas en el líquido azul-verdoso que ya no se sabe si es profundidad de cielo o profundidad de océano, porque sin duda lo que ella quiere es llevarnos allí donde el espacio real pasa a convertirse en espacio anímico, donde la luz se difumina y los límites se pierden y el ojo debe aprender a navegar más allá de la apariencia y a ser nauta de las inmensas regiones que traspasan los horizontes de lo humanamente abarcable.

A esto hace referencia también la serie que da título a la muestra: “Encontramo-nos amanha na linha do horizonte”, una delicada versión, en clave entre prerrafaelista, romántica e impresionista, de pequeños paisajes, en los que tierra, cielo, olas nubes, arena, árboles, personas, tejados, barcas... se funden en una luz difusa y matizada, en gamas de grises, un ejercicio fotográfico que emula claramente a la pintura.

La cita hecha al espectador de encontrarse en el horizonte es más bien una forma de invitar a la interiorización, a buscar hacia adentro, hacia las memorias de la perdido, de eso que, visto no visto, ya no vuelve a aparecérsenos más y la mañana del encuentro no es si no alusión a un hipotético futuro que, paradoja de las paradojas, ya es pasado.

Otra de las series, titulada Enora, que es la que más se parece a Turner, tiene la magia fronteriza de los puertos envueltos en neblinosas y grisáceas luces invernales, con el misterio de los reflejos sobre las masas negras de agua. Y volvemos a la cita de Pinto de Almeida, que dice de ella que usa “ una luz difusa que revela tanto como esconde” y que “va pasando con sigilo entre las cosas”.

RITA MAGALHAES

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