Ha habido campañas en las que la mejor descalificación del contrario era decir de él que “sólo acierta cuando rectifica”. Ahora, sin embargo, estamos en la era de las públicas rectificaciones y están siendo un éxito; hasta tal punto que solo cabe esperar que nuestros políticos sigan, de rectificación en rectificación, hasta el acierto final.
Porque no me diga usted que no recibió con alegría esa rectificación, aunque luego no fue tanta, en la que Pedro Sánchez confesaba haberse equivocado al lanzar a la cara de Mariano Rajoy aquello de “usted no es un político decente” en el curso del único “cara a cara” que mantuvieron durante la campaña que desembocó en los nefastos comicios del 20 de diciembre. Instado por su entrevistador, el periodista Carlos Herrera, a decir si mantenía aquella acusación, el secretario general socialista hizo un amago de darse un golpe de pecho de arrepentimiento; claro que, esa misma tarde, ya estaba diciendo que se equivocó en las formas, pero no en el fondo. Ya me parecía a mí mucha autocrítica...
Y luego he escuchado, en la misma emisora, a Pablo Iglesias reconocer que estuvo mal hablar de lo de la cal viva en la sesión de (no) investidura a comienzos de febrero. Me pareció más interesante aún escuchar al líder de Podemos algo parecido a una confesión de que a veces se le descontrolan los impulsos: yo también lo creo. Porque impulso debe ser, e incontrolable, la chulada de lanzarse a ofrecer a Sánchez el puesto que él mismo había pedido para sí cuando se veía de vicepresidente del Gobierno; ahora, Iglesias se contempla al espejo como presidente, nada ya de vice, y humilla al socialista con una oferta pública de empleo como “número dos” en el Ejecutivo, tras él. Supongo que también tendrá Iglesias ocasión de arrepentirse de esta “arrancada”, que tantas risas ha provocado entre el respetable.
Para que nadie diga que si me centro en estas o en aquellas “marchas atrás” solamente en un par de bandos: confieso que me encantará cuando Mariano Rajoy vuelva grupas –aunque su fuerte no es precisamente la autocrítica– sobre unas declaraciones radiofónicas este jueves, cuando dejó dicho para la posteridad de las ondas que “a nadie le apetecen los debates” preelectorales. Claro, porque van gentes mal educadas y te insultan... Pues si no quiere debatir en campaña, a dos, a cuatro o a cuantos sean, que se borre de la nómina de los políticos y se marche a ocupar su plaza de registrador de la propiedad, donde solamente habrá de debatir con legajos. Pero un político ni puede insultar gratuitamente, como Pedro Sánchez, ni hacer insinuaciones odiosas que exacerban los espíritus guerreros, como Pablo Iglesias, ni negarse a algo que debería ser obligado en la normativa electoral, como participar en los debates que se contemplen.
Claro que, puestos a pedir que se caigan del caballo, me gustaría que se borrase aquel “no, nunca, jamás, qué parte del ‘no’ no entiende, señor Rajoy” disparado en alguna ocasión por Pedro Sánchez cuando se sugería una gran coalición PSOE-PP. O ya, en el colmo de la ilusión utópica, que Pablo Iglesias se bajase del corcel de la egolatría, Albert Rivera del de la ambigüedad, tan rentable, y Rajoy dejase de aparentar que está paseando por Bond Street y se aplique a la faena regeneracionista, que es lo que se le pide a él... y a todos los demás.
O sea, que tienen que rectificar la totalidad de las cosas que se han venido haciendo mal en estos últimos meses desgraciados. Que son, por cierto, muchas. Continuará.