Escribir un libro

Al parecer fue el revolucionario cubano José Martí quien dijo aquello de las tres cosas que todos deberíamos hacer en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Sin duda lo más difícil siempre fue lo del libro, aunque lo del hijo últimamente tampoco está fácil. No en vano uno de los peores problemas de nuestros tiempos es el demográfico. La gente no quiere o no puede tener hijos y solo la emigración compensa la falta de niños: el futuro no es nada halagüeño al respecto. Esperemos que de una u otra forma lleguen tiempos mejores para que las crianças, como dicen los portugueses, pululen por nuestras calles y alegren nuestras vidas; además de garantizar un futuro a una sociedad que ha dejado de crecer.
Lo del libro es otro tema, ya no es tan difícil escribirlo, por varias razones. En primer lugar la alfabetización: muchos de nuestros tatarabuelos difícilmente podían escribirlo, si ni siquiera sabían leer. Hoy quien más quien menos sabe hacer la “o” con un canuto y con un poco de maña hilvanar un texto en unas cuantas páginas. Así que no es de extrañar que cuando menos te lo esperas, cualquier indocumentado haga una tesis doctoral e, incluso, se la publiquen. Total lo de los libros hoy no es una cuestión, como antaño, de trasmisión de conocimiento o creación literaria. Se trata en muchos casos de rellenar unas cuantas páginas con cuatro vaguedades, para un público poco exigente y sin demasiado riesgo. Además, entre otras muchas ventajas actuales para convertirse en autor, está el método de corta y pega en internet que facilita mucho la tarea de los plagiadores. Es cierto que las nuevas tecnologías, junto a estas facilidades para apropiarse de lo ajeno, también facilitan que los copistas sean descubiertos; pero a pesar de todo, la caradura de algunos no tiene límites, el plagio sigue siendo el medio más socorrido para acabar cualquier trabajo de un incapaz, que como digo incluso puede llegar a ser publicado, aunque esté lleno de errores.
No nos engañemos, las librerías están repletas de obras de escaso o nulo valor y en la propias universidades cada vez hay menos libros de referencia; eso sí, jamás se había escrito tanto ni editado tanto. Ni siquiera don Alfonso Fernández de Madrigal, alias el Tostado, famoso por su productividad, daba tanto de sí. Pero claro producción y calidad no van siempre de la mano, no parece que, salvo raras excepciones, estemos en uno de esos momentos importantes de nuestras letras. Antes al contrario, como en tantos otros aspectos culturales, la mediocridad acampa por sus fueros. Así que no es extraño que quien menos esperemos acabe escribiendo un libro, por sí mismo o por encargo, eso es lo de menos.

Escribir un libro

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