Las dos grandes novedades del recuento electoral en Euskadi y Galicia, tras las elecciones del domingo, son el hundimiento de Podemos y el rebrote nacionalista.
Las dos están relacionadas porque la segunda es consecuencia de la primera, de modo que lo ocurrido podría resumirse así: el hundimiento de Podemos (en Galicia pasa de 14 diputados a cero, y en Euskadi de 11 a 6) dispara la cotización del nacionalismo en las urnas.
PNV y Bildu pasan a colonizar el 66,9 % del electorado vasco, cuando en 2016 ese porcentaje era del 58,8%, con una mayoría absolutísima (más de dos tercios de la Cámara) de 53 diputados en un hemiciclo de 75. En Galicia, el BNG salta del 8% al 23%, y de 6 a 19 escaños en una Cámara también de 75.
Todo eso, insisto, como consecuencia de la descomposición de Podemos, que ha sido incapaz de rentabilizar su poder en el Gobierno central. Con un efecto colateral al respecto. Tampoco el PSOE ha sabido atraer hacia su causa el hundimiento del partido del vicepresidente Iglesias. Es verdad que la marca socialista, de partido gobernante en el Estado no se ha deteriorado, al subir un escaño en cada una de estas dos Comunidades, pero también es verdad que carga con el problema de imagen derivado de haber sido superado por los nacionalistas gallegos en cuatro escaños (PSOE 15 frente a BNG 19).
El otro de los dos grandes perdedores es Ciudadanos aunque, a diferencia de Podemos, en realidad ni pierde ni gana porque sigue en la irrelevancia anterior, tanto en Galicia, donde ni existía ni existe, como en el País Vasco, donde acompaña al PP en la sindicación de la derrota (PP y Cs fueron en coalición) y en la fallida apuesta de Casado por la derechización representada en el candidato, Carlos Iturgaiz, que sustituyó a última hora como cabeza de cartel al moderadoa Alfonso Alonso.
Aquí topamos con la paradoja que arrastra el liderazgo de Pablo Casado en el PP. Triunfo de la sosegada centralidad en Galicia y fracaso sonoro de la derechización en el País Vasco. Así la fallida apuesta de Pablo Casado por Iturgaiz en Euskadi se compensa con el éxito de Núñez Feijóo en Galicia (cuarta mayoría absoluta, se dice pronto), que se condolida como la primera figura del constitucionalismo capaz de frenar a los nacionalismos periféricos.
Ojo a ese vector del análisis. Si Feijóo lo ha hecho en Galicia (ser el principal baluarte frente al independentismo), donde además ha dejado en la irrelevancia el gesticulante antinacionalismo de Cs y Vox, ¿por qué no podría hacerlo en el resto de España?
Esta pregunta, que tenderán a hacerse los finos analistas como pedrada política contra Casado, puede convertirse en una pesadilla para su liderazgo en el frente del PP. Al tiempo.