El culto al líder

un día, hace casi treinta años, supimos, por la filtración de una grabación de móviles, que Felipe era Dios. Hablaban Txiki Benegas, el periodista Germán Álvarez Blanco y el dirigente socialista Fernando Múgica y fue este último el que calificó así al entonces presidente del Gobierno y líder del PSOE. Antes le habían definido como el “one”, pero no debió parecerles suficiente. La exministra Leire Pajín, años más tarde, muy de mañana, en un desayuno de Europa Press dijo, sin ruborizarse, que los ciudadanos íbamos a ser testigos de un “acontecimiento histórico para el planeta” como era la coincidencia en el tiempo de que Zapatero ostentara la presidencia de la UE al mismo tiempo que Obama presidía Estados Unidos. Hay más ejemplos, escritos y gráficos, como la foto de Aznar con los pies encima de la mesa en compañía de Bush y de Blair. Se sentían los dioses del mundo. Ya ven lo que ha quedado.
Lo del culto al líder, acuñado por Nikita Jruschev en 1956, es tan viejo como la historia del mundo: Desde los faraones o los césares, todo dictador lleva en la mochila la necesidad de que le adulen por encima de lo justificable, de que levanten estatuas, de que su nombre esté en todos los estadios y en todos los colegios y hasta de cambiar los nombres de los meses para honrar al líder. En la República Dominicana, en tiempos del dictador Léonidas Trujillo, las matrículas de los coches llevaban el texto “¡Viva Trujillo”. Desconfíen ustedes de quienes se hacen llamar “el benemérito”, “el supremo”, “el restaurador de la independencia”, “el caudillo por la gracia de Dios” y hasta el “molt honorable”. Los que lo son de verdad no necesitan que se lo reconozcan. La lista es interminable, desde los líderes de la Unión Soviética -donde de verdad el culto al líder se hizo religión e inquisición- o de la Alemania nazi: Hitler, Stalin, Mao, Perón, Franco, Gaddafi, Sadam Hussein, Kim Il-sung y su descendencia, Castro y familia, Trujillo, Chaves y Maduro, Idi Amín..... la lista es interminable y no distingue entre izquierdas y derechas ni entre inteligentes y desalmados.
Es cierto que la capacidad de adulación del ser humano es inmensa y que ésta dura hasta el minuto en el que el gran líder deja de serlo. De un día para otro, en vida o tras ser encarcelados o asesinados, los que eran divinos pasan a ser humanos y, a veces, ni eso. Y muchos, los vivos, claro, no entienden esa “mezquindad” con quien era, hasta hace diez minutos, la gran divinidad. En las democracias también sucede. En algunas que lo son de verdad y en otras que sólo detentan el nombre. El culto al líder y la aceptación sin discusión alguna de las decisiones digitales del líder son defectos graves de nuestra democracia y deberían ser desterrados del comportamiento político habitual.
No sé porqué se me ha ocurrido hablar de esto cuando he visto la exhibición desde el Palacio de la Moncloa de las fotos de las manos del presidente Sánchez, de sus gafas de sol en el avión presidencial, de sus carreras matutinas por La Moncloa y algunas cosas más. Podría parecer personalismo y nada más que personalismo. O una necesidad imperiosa de reafirmar su posición política o una muestra de ambición al margen de los intereses de los ciudadanos. Me resisto a creer que sea así porque produce un intenso sonrojo.

El culto al líder

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