A veces en el espacio virtual de la red los internautas muestran su creatividad, su ingenio y su humor que son una bendición en estos tiempos de crispación y de cólera.
Digo esto porque hace pocos días llegó a mi móvil una parodia graciosa del “cónclave” de dos nacionalistas, uno vasco que era el anfitrión y el otro catalán que se reúnen para tratar asuntos de interés mutuo. Como buenos nacionalistas, cada uno habla en su lengua vernácula y cuando llevan un tiempo sin entenderse el catalán dice a su anfitrión: “Escolta, que digo yo, por qué no hablamos en español que nos entenderemos bien?” y su colega vasco le contesta a la bilbaína: “¡Ahí va, la hostia Yordi!, pues va a ser que sí”.
Va a ser que sí, que con el español se entienden. Como se entienden los 577 millones de personas que, según el Instituto Cervantes, hablan nuestra lengua común que cada día suscita más interés y capta nuevos hablantes.
Hace pocos días, la ministra de educación firmaba un convenio con su colega de Dinamarca para mejorar el conocimiento del español entre los estudiantes daneses de secundaria. Mientras, en el interior del país el castellano es relegado, perseguido y a veces prohibido, como ocurre en Cataluña, Valencia y Baleares, no tanto en el País Vasco.
Las lenguas, todas las lenguas, son el gran patrimonio de los pueblos y el castellano es, además, una lengua competitiva, la tercera más hablada del mundo cuyo conocimiento enriquece a los hablantes y les permite comunicarse con millones de personas.
Por eso no se entiende esa inquina hacia el castellano que no se produce porque su estudio sea incompatible o merme capacidades para estudiar las lenguas vernáculas cooficiales, el catalán y vasco. La explicación está en el sectarismo maniqueo de los perseguidores encerrados en la cueva nacionalista que no admiten que las lenguas suman y deben ser enseñadas en convivencia armónica, como ocurre en Galicia, para que los escolares las conozcan y puedan expresarse correctamente en aquella que elijan.
Tal como está el país, a uno le ocurre lo que a un personaje creado por el Duque de Rivas: “ya no hay nada que me espante”. Pero no alcanzo a comprender que políticos y enseñantes priven a los niños del aprendizaje de la lengua común, que nos sustenta como pueblo.
Hacen daño a la lengua y, lo que es más grave, empobrecen y perjudican a los escolares de hoy que mañana necesitarán el castellano en su vida y para competir en el mercado laboral.