Pablo Bustinduy es –era– el último disidente en el reino de Pablo Manuel, que ahora es el de Irene Montero. Por cuenta de prolongadas batallas políticas e ideológicas que al final han derivado en batallas personales. Con su renuncia a encabezar la lista europea de Podemos, también renuncia a seguir intentando la modernización del partido que proponía la superación de sus planteamientos fundacionales. Por ejemplo, la obsesiva enmienda de totalidad propuesta desde el principio contra “el régimen del 78”, la Monarquía parlamentaria y la “dictadura del Ibex”.
Batalla perdida por el errejonismo, cuya corriente interna siempre quiso que el partido fuera realmente un instrumento para resolver los problemas de la gente y no para cuestionar las instituciones heredadas de la Transición. Entre otras cosas, porque esas instituciones están consolidadas y su puesta en cuestión solo servía para ahuyentar a muchos españoles indignados por la situación económica y social posterior a la crisis económica, aunque no tan indignados como para reclamar una revolución. Cambios, sí. Aventuras, no.
Lo demás vino del superliderazgo de Iglesias, los métodos organizativos de estirpe leninista y, en lógica consecuencia, los graves errores de estrategia cometidos a lo largo de la aún breve historia de Podemos. A saber: la inicial pretensión de desbordar al PSOE en las urnas, el amontonamiento con Izquierda Unida y la condescendencia con las sediciosas tesis del independentismo catalán.
Con resultado cero, como se ha visto, todas esas decisiones fueron cuestionadas en su día por Pablo Bustinduy y otros que, como él, se identificaron con el errejonismo, cuyos seguidores se han ido cayendo uno a uno de la foto fundacional. Incluido Íñigo Errejón que, al igual que Carolina Bescansa y el propio Bustinduy, han pasado a engrosar el creciente número de militantes no simpatizantes de Podemos. La resultante es que los efectos de la reaparición de Iglesias, en Madrid, están llamados a diluirse en la pérdida de prestigio social, influencia política y simpatía popular que aqueja a una formación política cuya cotización en los sondeos ha descendido notablemente de cara a las citas electorales que se avecinan.