Y si aplicamos el modelo Lopetegui a la política

En política nadie es imprescindible; lo que no quiere decir que todos sean iguales. No es lo mismo De Gaulle que Hollande. Pero muerto el carismático general, la V Republica le sobrevivio sin más problemas que la incompetencia de todo lo que vino después de Mitterrand. Como no es lo mismo Felipe González que José Luis Rodríguez, alias ZP. Y así un largo etcétera. Ya lo dijo Lampedusa: detrás de los leones y los gatopardos vendrán los chacales y la hienas. Pero volviendo a la prescindibilidad de la política, no estaría de más que algunos repasaran su trayectoria para hacerse una idea de sí mismos y de sus límites. Porque dudo de que cualquiera de los candidatos pudiera llegar a la conclusión de que su retirada crearía algún tipo de disfunción, problema o trauma colectivo. Y es que ninguno de los cuatro forma parte de la solución. Ni siquiera forman parte del problema. Son el problema en sí mismo. Sus personalismos, su egocentrismo, aderezados de un falso concepto de sí mismos y del papel que juegan, aportado por sus entornos, cuya supervivencia depende de la de sus señoritos, les están llevando a escribir una de las páginas más negras de la historia política. Y lo que es peor, con el riesgo de arrastrarnos a todos al precipicio por el que se van deslizando, ante la mirada atónita de Europa, que no sabe cómo alertar del riesgo en el que se sumerge el país.
Incapaces de entender que los estamos rechazando en las urnas y que por muchas veces que se repitan las elecciones los resultados se repetirán, porque los españoles somos testarudos. Les falta la grandeza y la generosidad necesarias para poner el intermitente y salir de la carrera, dejando paso a otros que puedan suscitar la confianza de los ciudadanos. Nada tengo que decir de Rivera, porque tampoco considero que esté llamado a jugar un papel relevante más allá de intentar ser llave de una puerta que no tiene cerradura. Tampoco diré nada de Iglesias, atrapado en sus contradicciones caribeñas, en su modelo de autoritarismo populista de círculos concéntricos, y en su innegable capacidad para dividir a cuantos no se pliegan ante su trono de juegos conspirativos. Más grave me parece lo de Pedro Sánchez, que ha conseguido lo imposible: que un candidato pierda la votación de investidura y la portada de todos los medios como responsable del caos político, sea el que no era candidato.  
Pero lo más grave es la actitud Rajoy: llega en el tiempo de descuento; constituye un gobierno de amiguetes, varios de cuyos miembros tienen que dimitir por escándalos de corrupción, su partido se ve implicado en dinero de comisiones ilegales bajo su presidencia, su tesorero acaba en prisión, utiliza el dinero publico para garantizar el confort en el retiro parisino de su exministro, premia a los evasores de impuestos con candidaturas a puestos relevantes y así un largo etcétera que han dejado la marca España como sinónimo de corrupción y malas prácticas. Y en paralelo obstaculiza la aproximación a Madrid de valores de su partido más jóvenes como Feijóo, posiblemente el mejor posicionado para gestionar un consenso que conduzca a la salida de esta crisis. Así que propongo que apliquemos el modelo Lopetegui: haber ganado casi todo en el pasado no es condición para ganar el futuro, cuando los resultados no acompañan. Y en eso, la política es como el futbol, y cuando entras en el juego ya lo sabes: el que no gana no sigue jugando. Y ganar quiere decir eso : ganar. No conseguir mejores resultados que los rivales, sobre todo si todos juntos suman más que tú.

Y si aplicamos el modelo Lopetegui a la política

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