ADA Colau, el último capricho de la burguesía catalana, es un ser poliédrico con tantas caras que es imposible descubrirlas todas: activista antidesahucios, alcaldesa, mecenas de okupas, separatista, paracaidista electoral, emisora de moneda, rebautizadora de calles, impulsora del Ejército de Catalunya, sectaria con las víctimas del terrorismo, promotora inmobiliaria de mezquitas, chanchullera con los alquileres, enemiga de los cruceros, perdedora de cuestiones de confianza, ferviente practicante del postureo... y ahora también madre amantísima de los túzaros de los Comités de Defensa de la República, a quienes considera unos jovencitos pacíficos. Y lo peor es que lo cree firmemente. De hecho se fue a la capital del Reino para presentar junto a la abuela Carmena una exposición sobre el Madrid de la Guerra Civil, donde alabó a esos vándalos tan corteses y su ejemplar lucha, que comparó con la del 36. La alcaldesa le dio un toque de atención y le recordó que la lucha contra el fascismo estaba amparada por la legalidad. Pues sí que hay diferencias, sí.