Contaba Luis González Seara que Manuel Fraga, poco después de llegar a Información y Turismo, envió a la Costa del Sol a equipos de técnicos para elaborar informes sobre distintos aspectos del turismo, entonces incipiente, que él sabía iba a generar empleo y riqueza en aquella España tan aislada del exterior como necesitada de divisas.
Los primeros informes que recibía el Ministerio eran alarmantes, denunciaban el choque de dos culturas, la conservadora de los españoles y la de los turistas foráneos que tenían un comportamiento más liberal y desinhibido, así como las debilidades de la oferta de servicios del sector, poco acorde con las exigencias de los visitantes.
Pero pasados unos días, aquellos técnicos ya lo veían todo normal. Sencillamente, habían sido abducidos por el ambiente en un peculiar “síndrome de Estocolmo” turístico, lo que restaba objetividad a sus análisis. Por eso, el ministerio los cambiaba cada mes para seguir contando con informes objetivos y mejorar el sector.
Me acordé del relato de González Seara al conocer el episodio del chalet de Galapagar. Vaya por delante que Pablo Iglesias e Irene Montero tienen derecho a mejorar su vivienda, como todo el mundo.
Pero ellos establecieron unas reglas en la política como representantes de la gente frente a la casta, se erigieron en paladines de la austeridad para “vivir como los de abajo” y demonizaron a los políticos que “viven aislados en chalets” y no están en contacto con la gente.
Después de exhibir tanta “pureza de sangre política”, Iglesias y Montero son víctimas del “síndrome de la casta”. Como aquellos técnicos del ministerio, fueron abducidos por el régimen maldito del 78 que, además, van a defender durante treinta años, el tiempo de vigencia de la hipoteca, haciendo de la política su profesión. Dicho de otra forma, su misión política para redimir a la gente duró hasta que vieron colmadas sus aspiraciones de ascenso social. Sergio Rizzo y Antonio Stella, autores del libro La Casta, dicen que “la clase dirigente de izquierdas, que tendemos a considerar moralmente superior, no es mejor que la de derechas”.
Ahora someterán su incoherencia al veredicto de las bases que seguramente permitirán que sigan siendo “portavoces de los de abajo”. Su democracia directa es así. Pero no podrán evitar la caída del mito de dos personajes que creían ser la encarnación de la democracia y se integran en el “sistema podrido” que tanto han denostado. Bienvenidos.