e vuelta a las miserias de la política nacional, el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, deja atrás el glamur político de las grandes cumbres internacionales y se enfrenta al reto crudo de una investidura de incierto resultado.
Codearse con los amos del mundo hablando de multilateralismo y cambio climático, o del reparto del poder en la superestructura institucional de la Unión Europea, que es lo que ha hecho en un fin de semana largo fuera del territorio nacional, no se parece en nada a su entrevista de este martes con la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para fijar la fecha de una sesión de investidura amenazada por los vetos cruzados y los egos de andar por casa.
Disfrutar de la política exterior, sin aversión a los idiomas ni a los aviones, como le ocurría a su antecesor en Moncloa, Mariano Rajoy, permite al actual presidente del Gobierno en funciones pavonearse ante su propia opinión pública. Pero no le permite sobrevolar las miserias de una clase política nacional incapaz de saciar el hambre atrasada de estabilidad que padecen los españoles.
Con eso vuelve a encontrarse tras su viaje a Osaka y Bruselas. Es su principal quebradero de cabeza puertas adentro. Y, en realidad, también puertas afuera. Especialmente en los debates de la cumbre para el reparto de altos cargos de la UE.
Ahí la capacidad de influencia de Sánchez se ha visto mermada por su provisional condición de presidente en funciones y a la espera de una investidura cada vez más enredada por la incomprensible negativa de Ciudadanos a facilitarla. Y, en consecuencia, a facilitar asimismo la posterior formación de un Gobierno asentado en la mayoría absoluta que resultaría de una convergencia con el PSOE.
Hablamos de un arco parlamentario de 180 diputados. Cuatro por encima de la mayoría absoluta. Sin esa alianza en alguna de sus modalidades, tal y como están pidiendo loas fuerzas económicas y una parte de los dirigentes de Ciudadanos, está amenazado el futuro de la Legislatura y la estabilidad del país.
Que el colapso lo provoque Podemos en su ataque de contrariedad por el rechazo de Moncloa a una coalición con Iglesias Turrión de ministro, se explicaría en un partido incompatible con el régimen del 78 y la Monarquía de Felipe VI. Que lo provoque Cs sería imperdonable en un partido comprometido con el orden constitucional.
España tendría que pagar un precio “demasiado alto”, como dice Toni Roldán, que por esta causa abandonó a Rivera hace unos días. Pero también lo pagarían el partido de Rivera y el de Iglesias. Las nuevas elecciones castigarían a los partidos-escolta y concentrarían el voto en el que gobierna y el que puede gobernar.