El mundo está cambiando deprisa. Antes tenían que transcurrir varios años, incluso décadas para que se notaran los cambios, sin embargo, ahora pueden precipitarse en cuestión de meses o de días.
Las nuevas tecnologías lo están transformando todo. Están acelerando los procesos económicos, creando nuevas relaciones sociales, nuevos polos de poder, nuevas oportunidades. Y también nuevas potencias.
El ascenso de China tiene descuadrada a las élites político-económicas occidentales. Tanto, que ni siquiera pueden explicárselo. En su desconcierto intentan dar golpes de ciego, poniéndole palos en las ruedas al gigante asiático al mismo tiempo que tratan de sacarle provecho.
Muchos científicos sociales aseguran que no existe fuerza capaz que pueda detener a los hijos de Confucio, que ya es tarde. Y eso preocupa en el mundo occidental. Especialmente en el anglosajón, porque fue ese mundo el que más influencia y dominio tuvo en nuestra cultura occidental en los tiempos modernos.
Decía el gran estratega geopolítico inglés, Halford John Mackinder, en la época en que los británicos todavía eran un gran poder imperial, que el dominio de los mares era crucial para controlar el mundo. Aunque más tarde también dijo, que la potencia que controlara el “Heartland” (Eurasia), lo que él también llamaba la “Isla Mundo”, controlaría todo el planeta.
Y China con su estratégica y profunda alianza hilvanada con Rusia –esta última empujada por las desastrosas políticas occidentales llevadas a cabo en su contra– se encamina silenciosa y rauda al control de Eurasia. Porque debido a su colosal empuje económico, reforzado por la tecnología y la Nueva Ruta de la Seda, hacen que su influencia pase a convertirse en una realidad incontestable.
Por poner un ejemplo. En poco tiempo quedará finalizada la nueva autopista –provista de todos los servicios– que unirá Chongqing (China) con Hamburgo (Alemania). De la “Meridian”, que es así como se llama, solo falta la parte que transcurre por el territorio ruso, puesto que desde Chongqing hasta frontera kazajo-rusa ya está acabada y funcionando.
Eso significa que los camiones recorrerán nada más y nada menos que la distancia de 9.442 kilómetros, empleando solo 11 días en el recorrido para transportar los productos chinos a Europa; sin contar con el transporte por vía férrea que ya se está realizando a través del Transiberiano. A todo ello hay que añadir varios miles de kilómetros más de autopistas que se están construyendo por toda Asia, que también forman parte de la Ruta de la Seda.
Por eso lo que decía Mackinder tiene hoy más sentido que nunca. Y no tanto por el dominio de los mares, pues últimamente ni siquiera los portaviones son decisivos, puesto que en cuestión de minutos los misiles hipersónicos pueden convertirlos en inservibles, sino por el control de la inmensa masa de tierra llamada Eurasia. Lo que él también llamó el pivote del mundo.
A los occidentales, acostumbrados durante siglos a vernos como el centro del mundo, nos cuesta mucho aceptar la nueva y sorprendente realidad. Un oficial de inteligencia británico, un tal Fleming, comentó no hace mucho que Occidente se había vuelto decrépito, decadente, que no atrae una competencia justa. Y que corre el riesgo de convertirse en una criada que ha usado su belleza demasiado tiempo.
La realidad es que el dinamismo económico, científico y tecnológico de China está haciendo que ese país esté a punto de pasarle de largo a Occidente. Porque los intentos que existen para frenar su carrera hacia la cima no dejan de ser una suerte de ilusión, una fantasía de aquellos que se niegan a verlo.
Predecir el futuro es una quimera, no es algo que se pueda leer en el tarot. Es más complicado que todo eso. No obstante, China, con la filosofía basada en su eslogan de “ganar-ganar”, que significa que en los negocios deben ganar las dos partes –y no solo la más fuerte como creen los occidentales–, no le será difícil “conquistar” Eurasia. Por la sencilla razón de que ellos ven el desarrollo de una manera distinta a los occidentales. Y también la vida.