ÉBANO

Así se titula el libro de Ryszard Kapuscinski dedicado a África, todo el que lo haya leído se habrá quedado impresionado, desde luego es para estómagos fuertes, pues no se trata de una visión más o menos bucólica y superficial de ese gran continente, sino de un conocimiento profundo e interior de su realidad, de sus tierras y de sus gentes. Tampoco se limita a uno u otro de los muchos estados en que el período colonial acabó por dividir de forma artificial el territorio africano. Kapuscinski viajó durante varias décadas, recorriendo de Oeste a Este las tierras comprendidas entre los grandes desiertos saharianos y las costas atlánticas, hasta el Cuerno de África y los países del Índico.
Las experiencias personales del autor ya son los suficientemente duras e ilustrativas, como para que no se le pueda considerar ni un simple viajero con deseos de aventura ni el típico periodista de investigación. En su caso se trata de algo más interesante y profundo, de un recorrido casi con lo puesto, por una realidad asombrosa llena de contrastes y de padecimientos, la realidad humana en su estado más puro y primitivo; eso sí abandonada a su suerte, después de haber sido maltratada y humillada por los esclavistas y colonizadores europeos desde el Renacimiento.
No se trata de tópicos o leyendas negras al uso, no fuimos los españoles los que nos dedicamos principalmente al tráfico de seres humanos de forma masiva, teniendo como cazadero principal las costas africanas, desde las que se penetraba al interior del continente para dar captura a seres indefensos, simplemente para venderlos. Fueron los ingleses y holandeses, entre otros, quienes durante cuatro siglos se dedicaron a este tipo de comercio, por llamarle de alguna manera, que tanto daño hizo al continente africano. Tampoco ocurrió esto en una época oscura y primitiva, fue durante lo que nosotros llamamos modernidad cuando se produjo el mayor y más cruento genocidio contra los pueblos africanos.
Los europeos miramos con estupor el infierno africano, las innumerables guerras, el hambre, la carestía, las enfermedades, mujeres y niños en situaciones extremas, la falta de agua, el desorden, la suciedad y la miseria. A nadie extraña que tantos y tantos subsaharianos se arrojen al mar, después de recorrer miles de kilómetros, intentando llegar a nuestras costas. Son los otros refugiados, de los que ya no nos acordamos tanto porque también nos llegan del Este. Y es que, por lo general, no queremos saber mucho de las tragedias ajenas, salvo cuando son noticia ocasional en el telediario. Pero vengan del Este o del Sur, los seres humanos que huyen de la miseria y llaman a nuestras puertas tienen derecho a ser escuchados.

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