Ayer se celebró en todo el mundo el Día del Docente, una excusa como otra cualquiera para acordarse de los profesores que nos marcaron y que han hecho que seamos las personas que hoy somos. Pero ya saben: todo lo que tiene un día marcado en el calendario, desde el medio ambiente hasta la familia, es porque la cosa no está muy allá.
Los maestros, palabra que me gusta mucho más que la de docente, tienen al mismo tiempo una responsabilidad importante, la de formar a los políticos que nos gobernarán el día de mañana (que Dios nos pille confesados) y una lucha constante, la de soportar a los políticos que nos gobiernan a día de hoy.
La educación es a la política lo que las hermanastras a Cenicienta. La buena, porque la mala educación es mucho más habitual de lo aconsejable. Y no hablo de escupir tacos, que Camilo José Cela decía muchos y le dieron el Nobel, sino de la despreocupación qué y cómo aprenden los estudiantes. Después de haberse cargado a sus hermanas Música, Literatura o Arte, ahora le toca el turno a la Filosofía que, si nadie lo evita, dejará de ser obligatoria en Bachillerato. La razón que aducen es que no resulta fundamental para el aprendizaje de los alumnos, aunque a mí personalmente me ha servido mucho más que las raíces cuadradas, hasta que ayer desveló Moncho Viña en la tertulia radiofónica que compartimos que son muy útiles a la hora de hacer tejados. No sé si lo he dicho, pero el espíritu crítico resulta fundamental para ser periodista. Usarlo ya es otra cosa, pero al menos hay que tenerlo.
La Filosofía no siempre ha sido bien tratada pero, según los profesores, en ninguna reforma le habían pegado este recorte a Platón y sus colegas. Si sale adelante, un chaval de 16 años puede salir a la calle sin haber visto nunca la asignatura. En el fondo, la idea del Gobierno resulta bastante práctica: no sé de qué va a servirle la Filosofía a los chavales que quieran ser futbolistas o a las niñas que aspiren a famosas.
O viceversa. Lo malo de la asignatura es que ayuda a pensar y, sobre todo, a ser críticos, dos cualidades que no se necesitan ni para salir en el ¡Hola! ni para servir mesas en Londres. Aunque ellos no lo sepan, en una edad en la que hacerse preguntas es habitual y necesario, los van a dejar castigados sin Filosofía.