la prohibición de que se celebre el botellón en Méndez Núñez ha cambiado por completo la imagen que ofrece las mañanas de fin de semana el jardín más concurrido de A Coruña. Lo malo es que los jóvenes que se reunían allí ahora vagan por las calles con sus bolsas de bebida en la mano en busca de una plaza o unos soportales que los cobijen. Acostumbrados a tener dónde montar el bar, dónde sentarse y hasta dónde tirar las botellas y los vasos vacíos–aunque esto último no es, ni mucho menos, lo que más les preocupa– encontrar un nuevo punto con todas comodidades a las que no les gustaría renunciar es complicado. Y mientras ellos deambulan por las calles, los vecinos, presas del pánico al pensar que su barrio puede ser el nuevo epicentro del botellón coruñés, llaman a la Policía en cuanto ven tres chavales juntos. Los treinta agentes del dispositivo de control van a ser pocos para frenar la psicosis.