El poder es adictivo. Desde hace algunas semanas, conocidos los resultados del 20D, a partir del momento en el que Rajoy constató que no podía contar con nadie para seguir en la poltrona de La Moncloa puso en marcha una estrategia de resistencia que solo se explica en términos de adicción al poder. El PP fue la lista más votada, pero Rajoy se encontró solo a la hora de allegar apoyos para la investidura. Su forma de gobernar le había enajenado toda posibilidad de encontrar socios. Y fue entonces cuando declinó el ofrecimiento del Rey para intentar formar gobierno iniciando el primer movimiento de una partida destinada a bloquear la posibilidad de que el Monarca encargara la tarea a otro candidato. Están trascendiendo noticias que hablan del aferramiento del político gallego y de algunas maniobras encaminadas a impedir que Sánchez pudiera recibir el encargo. Perdida la batalla inicial, sigue en la guerra. El objetivo era orpedear las negociaciones del PSOE con los demás partidos. Hubo un momento en el que Rajoy creyó que los barones del PSOE disuadirían a Sánchez de pactar con Podemos. Perdida esa esperanza, ahora sigue en el empeño a través del agitprop. Propagando a través de las terminales mediáticas afines la idea de que con Sánchez volverá lo peor del “zapaterismo” y hasta los “hombres de negro” de Bruselas.
Rajoy confiaba en qué Sánchez hiciera suyo el consejo de González y aceptara algún tipo de acuerdo con el PP. Perdida también esa esperanza, se dedica a embarrar el terreno para que Sánchez fracase e ir a nuevas elecciones.
No deja de ser patético que quien preside un partido que está siendo investigado como tal institución bajo sospechas fundadas de corrupción, quiera seguir mandando. Quiera seguir aferrado al poder haciendo oídos sordos a quienes desde dentro del partido esperan que se haga a un lado y deje que sean otros quienes emprendan la necesaria tarea de regeneración del gran partido de la derecha española.