SUICIDIO Y SACRIFICIO (I)

Hace unos días leía la siguiente noticia: “La censura mediática silencia que 3158 españoles se han suicidado por la crisis, 119 de ellos por desahucios”. En uno de los párrafos de la misma, aparecía escrito lo siguiente: “en España, en 2011, aumentó a 3.158 casos debido a la pobreza, al paro y a los desahucios, según el Instituto Nacional de Estadística”. Extraño es que dicho dato no apareciese en el  INE. De hecho, según esta institución el número de fallecidos por suicidio en 2011 fue de 3180 personas. Tampoco he encontrado referencia alguna a las causas socioeconómicas anejas a tan triste informe. Existe una alusión en un artículo de “Mundo Obrero” en el que expone que “se calcula que en lo que va de año 119 personas se han suicidado incapaces de superar la impontencia de ver cómo echan a su familia a la calle por no poder pagar la hipoteca al banco”, pero, lamentablemente, no suministran la fuente del cálculo.  
No quiero reducir la importancia de esta noticia y menos aún aminorar la trascendencia de un acto (el suicidio) sobre el cual ya he escrito en otros artículos. Muy al contrario, lo que quiero es reflexionar sucintamente sobre un fenómeno que debe ser rescatado de una praxis informativa superficial que desdibuja la profundidad del drama en un juego de cifras sin referente. Estoy de acuerdo en que el suicidio es apartado del orden del día de los medios habituales de información, pero también es escamoteado por aquellos que con datos que no responden a las fuentes o, simplemente, con fuentes que no se responsabilizan de los datos, le niegan “presencia”. El suicidio no debe quedar como un tema de actualidad, que pasa y que desaparece, sino de historicidad, que nos compromete perpetuamente como seres históricos que somos. En este sentido, el suicidio, hoy como ayer, puede que entrañe un fracaso comunitario, pero debemos igualmente admitir que el suicidio de ayer no tiene por qué ser igual al de hoy. De ahí que me parezca una iniciativa crucial y justa la de cuantificar los óbitos por suicidio, relacionados con la crisis, tal como parece querer llevar a cabo el movimiento 15-M, pero  sin dejar que todo acabe en la fría morgue de las estadísticas.
El suicidio como fracaso social supone la incapacidad colectiva de aportar a un individuo deseoso de vida las razones suficientes para vivir. Esto, que se expone con cierta facilidad, se ve con opacidad y nos exigiría una demorada argumentación que no podemos desarrollar aquí. Pero baste con los siguientes apuntes extraídos nuevamente de la base de datos del INE. La franja de suicidios que más ha aumentado en 2011 (con respecto, por ejemplo, a 2005, año en el que el número total de suicidios había sido mayor) es la que va de los 15 a los 49 años, sobre todo, el hombres, lo cual quiere decir que estamos frente a un suicidio que, paradójicamente, se incuba y se realiza en gran parte de los mejores años de vida. Como segundo dato, retengamos las cifras de suicidios de países con una situación económica, en principio, más favorable. Así pues, mientras que Francia tiene una tasa estándar de 14,6 suicidios por cada 100.000 habitantes, Alemania tiene una de 9,9 y Finlandia una de 16,8. Parece, pues, que las posibles causas de esa “renuncia final” van más lejos que lo que señala el restrictivo marco explicativo de una crisis económica como la que vivimos.
Así pues, ¿crisis económica o crisis cultural? “¿Renuncia final o sacrificio final? ¿Libre decisión o inducción sistémica? En un libro aparecido en Francia el año pasado con el revelador título de “Suicidio y sacrificio. El modo de destrucción hipercapitalista”, su autor, Juan-Paul Galibert expone que el suicidio es la última posibilidad que tiene un individuo de hacerse rentable en una sociedad de hiperexplotación. En continuidad con esa tesis, yo sostengo que la construcción liberal de una subjetividad autónoma ha mutado en la culpabilización de la subjetividad ante el fracaso de  un vacío colectivo. Como única redención posible, al sujeto se le ofrece el “gesto suicida”, solidario con un sistema que exige su sustitución por un nuevo sujeto que sacrificar posteriormente. Ahí radica el crimen silenciado de nuestras sociedades. La alusión numérica al suicidio, en todo caso, oculta que la atrocidad consiste en que un solo individuo sea obligado a querer morir.

SUICIDIO Y SACRIFICIO (I)

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