De ratones y hombres

En el Rosalía, ciclo principal, Busto Producción ofreció, con llenos, dos representaciones de la obra de John Steinbeck “De ratones y hombres”, a partir de un poema escocés que glosa la destrucción por la reja de un arado del hogar del pequeño roedor. Desde aquí cuelgan nieblas negras, dramáticas, sombrías, tétricas, lívidas y misteriosas que preludian, se mantienen y configuran la tragedia final. Escenografía adivinadora. Con luces titilantes, acompañadas por música, para determinar la frontera entre lo irracional y lo sensato, la animalidad y lo digno, lo amoral y lo ético. Una granja, opresiva y salvaje, donde los hombres son explotados por un amo cruel y tiránico durante la depresión americana del siglo XX.

Hay honda reminiscencia bíblica en la propuesta teatral correctamente dirigida por Miguel de Arco. Lenni, personaje visceral bien encarnado por Miguel de Álamo conforma el tipo criminal de Lombroso, ser atávico con fondo epiléptico e idéntico al loco moral. Hace las cosas por impulsos. Vive instintivamente. Sólo quiere estar al lado de George –magníficamente interpretado por Fernando Cayo–porque le proporciona trabajo, posibilidad de desplazamiento y le promete alcanzar el paraíso de una granja propia donde vivirán en paz. El vocinglero deambular de los okupas, los obreros eternos cumpliendo el mito de Sísifo del trabajo inútil, la atención fraternal por el disminuido psíquico hasta que su conducta le obliga a deshacerse violentamente de él, cumpliendo la señal de Caín. ¿Soy acaso el guarda de mi hermano?

Tragedia profunda. Impactante. Vademécum coral donde los personajes, además de dialogar y moverse por el escenario, actúan coreográficamente y proporcionan cordón umbilical a los protagonistas, acosados y perseguidos por esa ninfómana –seductora, procaz, enigmática y voluptuosa esposa de Curley– brillantemente interpretada por la actriz Irene Escolar.

 

De ratones y hombres

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