Hace ahora poco más de un año un experimento realizado en China supuso un terremoto para la comunidad científica, cuando el investigador He Jiankui anunciaba el nacimiento de un par de niñas gemelas cuyo ADN había sido editado empleando la técnica CRISPR para que fueran resistentes al contagio del virus del VIH.
La sensación entonces entre muchos era que en China era posible llevar a cabo cualquier experimento sin que hubiera consecuencias. Ahora ha quedado claro que no.
En un juicio sorpresa y realizado a puerta cerrada, un tribunal de Shenzen ha encontrado culpable a He Jiankui de editar de forma ilegal genes de embriones con fines reproductivos. Ha sido condenado a tres años de cárcel, una multa de algo más de 380.000 euros e inhabilitado de por vida para cualquier actividad relacionada con el mundo sanitario.
Independientemente de esta condena, una pregunta sobrevuela el ambiente y habrá que responderla tarde o temprano sin ambigüedades.
¿Hasta dónde es lícito llegar en la modificación y mejora del genoma humano? Parte del revuelo del nacimiento de las dos gemela chinas viene por la imperfección que existe todavía con la edición a través de CRISPR y el riesgo de posibles alteraciones no deseadas. Sin embargo, las nuevas versiones de este método de edición son cada vez más precisas y no tardará en llegar el tiempo en que hacer un cambio en el genoma será completamente seguro.
Parece que hay un consenso sobre prevenir graves enfermedades genéticas, pero es más gris el terreno cuando queremos decidir cuáles son estas. Y mucho más si hablamos de la posibilidad de mejorar habilidades o capacidades.
George Church, un experto en genética de la Universidad de Harvard, tiene en su web una lista de posibles ediciones que podrían aumentar la masa muscular, dar más solidez a los huesos o retrasar el envejecimiento.
El problema de todo esto radica en quien tendrá acceso a estas modificaciones. Hoy en día, por ejemplo, los vecinos del barrio más rico de Barcelona viven 10 años más que los del barrio más pobre. Si a esto le añadimos las modificaciones genéticas, la brecha podría resultar incluso grotesca. No sirve de nada escudarse en que ahora no es posible, y es mejor que por una vez la legislación vaya por delante de la ciencia, dejando claros cuales son los límites que no debemos traspasar.