omos un mundo de contrastes. Hay una incongruencia entre los moradores, sobre todo entre su decir y su hacer. Luego está la desproporción de los caudales entre países pobres y ricos. Nos falta compromiso y nos sobra endiosamiento. Fallamos en todo o en casi todo. De ahí, lo importante que es reconocer nuestra inconfundible debilidad para poder enmendar ciertas relaciones, ya sean entre nosotros y nuestros análogos y también con el hábitat natural. Todas estas divergencias podrían ser erradicadas si tuviésemos otro talante, o si quieren un espíritu más poético que poderoso, para poder forjar otra realidad menos abusiva y más justa. Hay una manera de contribuir a la protección armónica, y es no resignarse jamás, por muy desbordante que sea la aglomeración de discordancias.
Tampoco podemos continuar con este ánimo desolador. La mayor tristeza es no saber hacer frente a este huracán de oposiciones, a este ciclón de contrariedades, derrumbarse y no resistir para renacer a un nuevo pasaje viviente, mucho más agradecidos. Ojalá aprendamos la lección, y al menos nos dejemos conquistar por el humilde, aunque no tenga pedestal alguno, pues rechazando la arrogancia del orgulloso, cuando menos habremos despertado de esta actual degradación que venimos soportando. Lo importante es renacer a un pensamiento nuevo, evadirse de este espíritu deshumanizante, con la solidaridad necesaria y la sencillez deseada. Ciertamente, todos somos frágiles, tan solo latiendo unidos podremos abrirnos a una sabiduría distinta, a una realización del ser humano diferente, a un espíritu constructor renacentista en principios y en acciones conjuntas.
El hechizo del encumbramiento nos aborrega, hasta el punto de volvernos despreciativos, restándonos horizontes y empujándonos a nuestra particular decadencia como seres pensantes. Desde luego, estamos perdiendo el afán de superación, la lucha constante por sobrevivir, el desvelo por crecer humanamente. ¡Cuántas vidas podrían enmendarse, cuántas tristezas podrían sonreír, cuánto dolor se evitaría a poco que nos esforzáramos en la mano tendida! Nada somos por sí mismos. Nuestra interconexión es un hecho. Sin embargo, la auxiliadora cadena humana permanece impasible, dejando a semejantes olvidados en el camino. Continuamos siendo nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la humanidad, excepto ella misma, a través del vacío moral, el egoísmo y la avaricia, o el individualismo consumista; atmósferas, todas ellas, que nos están dejando sin entrañas y sin conciencia alguna.
Por eso, es vital la cooperación conjunta entre los moradores. Esto requiere un compromiso real de cambio de actitudes, en tono humilde; y, el poner en valor, una consciente ética como timbre comunicante. Justamente, con la implicación de todos, como un deber, tanto de los países ricos a pagar el precio requerido por el llamado a la supervivencia de los pobres y la sostenibilidad de todo el planeta.