Panorama partido

Hasta treinta y cuatro acepciones distintas tiene la palabra “partido” –en sus formas masculina o femenina– en el Diccionario de la Real Academia; eso descontando las compuestas. Con tanto significado, incluso el de opuesto al concepto de distante que debería representar la idea de que un partido también designe la forma o el estado en que un grupo de personas forman un grupo, aunque heterodoxo también unido, no resulta extraño a la actualidad el panorama en el que se mueve el escenario político, ya no digamos exclusivamente el español, ni mucho menos el gallego. Vale sin embargo la pena abordar este último como ejemplo de lo que la sociedad actual vive, o refleja. Lejos de la unidad, los ejemplos abundan más en la diferencia, no ya solo entre las distintas opciones sino dentro de cada una de ellas, y aporta tan atractivos contenidos como, por ejemplo, que el líder de los socialistas gallegos, Manuel “Pachi” Vázquez, haya quedado en su propia ciudad –Ourense– de número cuatro entre los candidatos a liderar la lista de su formación. Bajo el eufemismo de que la proliferación de listas o candidatos sirve para exponer el potencial de riqueza intelectual y la variedad de opiniones en una formación política abierta y plural, lo cierto es que los hechos no permiten ocultar hasta qué punto tal diversidad –la interna, se entiende– es más reflejo de la disensión que de la proximidad de opiniones o, en términos más mundanos, de la claridad de liderazgo, todo lo contrario a lo que, más o menos, aspira hoy el mínimo común múltiplo de este país a la hora de encontrar el simple reflejo de sus aspiraciones en quien o quienes, se supone, está llamado a sacarnos del atolladero. El panorama no es único, ni tan siquiera excepcional, y afecta tanto a la izquierda como a la derecha –sea autonómica o estatal– o incluso a un campo más indeterminado que oscila entre la indefinición y el oportunismo, un camino tan virtual y angosto este último que impide saber qué es lo que realmente se defiende fuera del mero espectro de la improvisación o incluso del radicalismo. Se vea del modo en que se quiera, nadie parece inalterable ante la posibilidad de que la Cámara gallega acoja el próximo mes de octubre más color, o más sensibilidades, de las que estábamos acostumbrados a ver en este terruño casi todo costa abrupta, o sol de redaño, como se ha demostrado en Ourense esta misma semana. Para la base susceptible de entender que, de verdad, alguien representa verdaderamente al resto, la indefinición –ya saben, eso que se traduce en la abstención– puede estar más que justificada visto lo evidente.

 

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