Alianzas

El político alemán, Klemens von Metternich –verdadero tahúr en los juegos diplomáticos–, al servicio de los Habsburgo creó una visión muy particular de la diplomacia: hacer promesas para después romperlas. Sin duda, un juego demasiado arriesgado.  
Sucedió cuando Kissinger preparó aquel gran pacto con China para neutralizar a la URSS, el tiempo demostró que estaba fortaleciendo a un futuro   competidor global. También sucedió con las promesas que en Occidente le hicieron a Gorbachov cuando la URSS agonizaba, le dijeron cosas que más tarde no cumplirían; una de ellas fue la ampliación de la OTAN hacia el Este. 
Todo esto viene a colación porque últimamente existe una gran preocupación –en ciertos círculos están ya sonado las alarmas– en las capitales occidentales debido al acercamiento que desde hace unos años está ocurriendo entre Moscú y Beijing. 
Algunos expertos dicen que la última década del pasado siglo brindó la gran oportunidad de tejer una relación estable y de confianza entre Rusia y el mundo occidental, pero que fue desperdiciada por ambiciones geopolíticas irreales, soberbias y miopías cortoplacistas que ahora empiezan a tener consecuencias. 
Es un hecho que la política rusa empezó a cambiar con la llegada de Putin al poder. Para los rusos la etapa de Boris Yeltsin arrojó un saldo nefasto, incluso humillante, puesto que los oligarcas y las mafias que nacieron en esa época y que se lucraban de su gobierno campeaban por sus respetos. 
Por lo tanto, la llegada del nuevo inquilino al Kremlin lo cambió todo. Además de producirse un giro en la política exterior, esos grupos fueron apartados de los círculos del poder.  
Por otro lado, las llamadas “revoluciones de colores” producidas en Georgia, Ucrania y Moldavia –que claramente Occidente apoyó para cambiar la geopolítica– y que llevaron al poder en esos países a gobiernos pro-occidentales y rusófabos, no contribuyeron a mejorar el clima político con Moscú. Los resultados están a la vista.
Es obvio que todo ello influyó para que se produjera el acercamiento ruso-chino de hoy, que además no es solo en el plano económico, sino también en el militar. 
Muestra de ello son los 3.600 oficiales del EPL (el Ejército Chino) que en estos últimos años han sido formados en instituciones militares rusas; hoy las fuerzas armadas chinas ya cuentan con varios generales que poseen educación castrense rusa.
Es difícil, aunque no imposible, que esos dos países vayan a construir una alianza militar tipo OTAN; para que eso sucediera tendrían que concurrir circunstancias geopolíticas especiales. Una de las razones –quizá la más importante– para que esa alianza no se materialice es que a Moscú no le haría ninguna gracia contemplar la posibilidad de convertirse a largo plazo en aliado subordinado de Beijing. 
Todo parece indicar que en el Kremlin aspiran a seguir fortaleciendo el poder de Rusia en la decisión de los asuntos globales, a la vez que intentan mantenerla como jugar clave en las relaciones chino-norteamericanas.  
Los planes de Moscú para seguir fortaleciendo su peso global lo demuestra la construcción de su propio club Bilderberg, le llaman el “club de Izborsk”. Fue creado en el 2012 y tuvo su primera reunión en la antigua ciudad rusa de izborsk. 
Allí se reúnen obispos ortodoxos, militares, científicos, empresarios, etc., todos ellos aspiran a crear un gran poder que influya y gravite en el mundo eslavo, y, en general, en la política global. 
La idea es ofrecer a largo plazo otro “modelo” de vida que neutralice el de Occidente. 
El club lo encabeza el escritor Alexandr Projánov y en él están representados varios sectores de la vida social y política del país, dominando el sector nacionalista y el eurasianista.  
La historia está llena de alianzas. Pero la alianza chino-rusa no es una alianza cualquiera, sino de dos potencias que junto a EEUU ostentan el verdadero poder mundial. Por tanto, si sus relaciones siguen ampliándose, entonces los intereses occidentales se arriesgan a tener que vérselas con una mega-potencia a la vuelta de la esquina. 
Algo que no sería como para  bailar la conga. 
 

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