Lenguaje y comunicación

Siempre he pensado que al hablar nos retratamos, pues al expresar nuestros pensamientos con palabras dejamos traslucir, por lo menos en parte, lo que llevamos dentro. No se conoce bien a una persona hasta que no le hemos oído decir alguna cosa, pues la simple apariencia externa es engañosa. El cine mudo se basaba en las apariencias, pero cuando llegó el sonoro los actores y las actrices tuvieron que enfrentarse al reto de la oratoria. Es verdad que en este caso las ideas no eran suyas, estaban en el guión, pero tenían que expresarlas de forma convincente y apropiada. Por eso quizá es tan difícil ser un buen actor y abundan los histriónicos, sobre todo en algunas series españolas.

En la vida diaria pasa lo mismo: al margen de lo que en cada momento alguien trate de decirnos, lo primero que se detecta es si esa persona se expresa adecuadamente. Hay quien habla a gritos, con una procacidad que neutraliza al interlocutor, un modo de expresarse que podríamos calificar de primitivo. El nivel de educación y cierto equilibrio mental tienen mucho que ver con ser capaz de comunicarse sin necesidad de vociferar. 

Algo parecido ocurre con el uso de términos procaces y zafios, tacos, blasfemias y todo tipo groserías; hoy triunfa lo soez. Se da el caso de que de cada cuatro o cinco palabras, casi la mitad son ordinarieces de este tipo. No es difícil comprobar, casi sin quererlo, oyendo a la gente hablar mientras caminamos por la calle o en lugares concurridos. Siempre ha habido malhablados y quien más quien menos dice un taco, pero lo de ahora es patológico y muy molesto para quien tenga un mínimo de sensibilidad. Reconozco que como persona creyente siempre me han molestado, por no decir dolido, las blasfemias, que ya se usan hasta en forma de muletilla. En todo caso, un lenguaje chabacano y barriobajero no es ningún síntoma de salud mental.

Deberíamos cuidar más nuestro vocabulario, en este aspecto no parece que hayamos adelantado mucho, más bien todo lo contrario. A su empobrecimiento, se une la contaminación provocada por el uso de neologismos y de terminología tecnológica. Así que ahora más que conversar “interactuamos”, que aun siendo formas de comunicación no son lo mismo. A mí me gusta la gente que sabe dialogar, para interactuar ya están los aparatos. Hoy la susodicha interactuación se impone entre muchos jóvenes, sumiéndoles en una adolescencia permanente, fija la mirada en cualquier artilugio.

Como decía el académico de la lengua española don Fernando Lázaro Carreter, sabio defensor del bien decir, el “idioma vive en cada hablante”. No estaría mal que cada uno de nosotros pusiera un poco más de empeño por defenderlo.

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