Nuevas ideologías

En los tiempos en que nos toca vivir la vigencia de las ideologías cerradas está más que en entredicho. La pretensión de imponer modelos teóricos unilateralmente sobre la realidad ya hemos visto adónde nos ha conducido. Que se lo pregunten por ejemplo a los supervivientes del nazismo o del comunismo, en Alemania o en Rusia. Por una parte, la idea de que el Estado es la encarnación del ideal ético y, por otro, la convicción de que a la construcción de la nación ha de supeditarse todo, hoy se nos presentan bajo nuevas formas y expresiones. El neomarxismo es, por ejemplo, quien lidera la lucha contra las injusticias de la globalización y, sobre todo, quien aspira, a través del uso fraudulento de las instituciones de la democracia liberal, a implantar un nuevo totalitarismo como acontece en latitudes bien conocidas El nacional-socialismo, erradicado felizmente de la faz de la tierra, reaparece, en lo que atiende a la doctrina sobre la nación y la raza, bajo esos nacionalismos radicales que pretenden liberar a la nación de una opresión que artificialmente se crea, con ocasión y sin ella. Y, por otra parte, el comunismo y el marxismo se encuentran bajo la piel de algunos movimientos que están sabiendo hábilmente manejar el descontento reinante hacia formas de protesta que van dirigidas a donde todos sabemos.

La demagogia, gracias a la mala administración y gestión de los asuntos del interés general, vuelve por sus fueros porque la capacidad de sometimiento del pueblo a los dictados de la tecnoestructura que se ha apoderado del poder en algunas democracias liberales, ha empezado a hacer agua. El poder es del pueblo, de todos y cada uno de los ciudadanos. En ellos reside y en ellos está su justo título. Que el poder se haya confiado temporalmente a los políticos para que se use para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, no quiere decir que el poder pueda ser objeto de apropiación de la llamada clase política. Hoy, sin embargo, este fenómeno, generalizado, nos indica hasta que punto conviene regresar a las bases éticas de la democracia, tan desconocidas en la realidad, como afirmadas en la retórica política.

En efecto, seguimos dominados por la estela de las viejas políticas, por las políticas del odio y el resentimiento, las políticas anti, políticas dirigidas a derrocar como sea al adversario Se trata, sencillamente, de pensamiento único, de autoritarismo intelectual, la nueva moda a la que lleva esa dictadura de lo políticamente correcto dan del gusto de quienes se sienten llamados por una especial llamada de esa nueva religión civil que hay que imponer a golpe del nuevo adoctrinamiento que se inocula desde algunos poderes públicos y mediáticos..

En fin, que no corren buenos tiempos ni para la libertad ni para la democracia. Lo paradójico es que tal crisis se produce bajo la bandera de la de extensión de los derechos. Derechos, claro está, para los amigos del pensamiento único, de los afines a lo políticamente correcto. Es decir, aquellos que están empeñados en socavar los cimientos del pensamiento libre y plural para imponer sus puntos de vista y sus criterios. Dentro de unos años, cuando desaparezca esta pesadilla, nos preguntaremos. ¿Cómo pudimos caer tan bajo?. Por la inanición de unos y por la acción de otros. Muy sencillo.

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