Parece mentira que el juez Santiago Vidal, que tanto defendió una porción de causas justas, se haya metido en una historia, la del secesionismo de Cataluña por las bravas, que necesariamente bastardea la esencia de su oficio,. Suspendido de empleo durante tres años por redactar una Constitución para el estado catalán que los independentistas pretenden imponer en minoría al resto de los catalanes y al conjunto de los españoles, contrarios a la amputación, el juez ha matado el tiempo dando conferencias a los amiguetes trufadas de revelaciones que se ciscan en la Ley, en el Derecho, en la seguridad jurídica de los ciudadanos y, principalmente, en el sentido común.
Decía Azaña que en Madrid, a las 8 de la tarde, o dabas una conferencia o te la daban. Hoy en Cataluña, a cualquier hora del día, los soberanistas te propinan alguna sin piedad, bien que con los medios actuales, las televisiones que controlan. Este juez, que tanto se significó en su carrera como demócrata en el sentido más admirable, en mala hora devino en padre de una Constitución que nada constituye y en conferenciante compulsivo. Sus revelaciones de que la Generalitat roba los datos fiscales de los ciudadanos, de que a los Mossos les adiestra una potencia extranjera, o de que sabe cuántos y qué jueces están en la pomada secesionista, no es que no tengan desperdicio, sino que revelan el desperdicio de su inteligencia.
También es verdad que sería hipócrita llevarse las manos a la cabeza ante semejantes revelaciones: ¿Alguien duda de que el secesionismo iluminado urde combinaciones de todo tipo para salirse con la suya? Lo que ha dejado claro Vidal es otra cosa: que en esta burla a la soberanía nacional se está llegando por caminos errados demasiado lejos.