Un sínodo de propuestas

Más que un sínodo de remedios ha sido una asamblea de reflexión y de propuestas. El extraordinario que acaba de terminar en Roma no ha pretendido inventar nada en materia de matrimonio  ni revisar la doctrina de la Iglesia católica al respecto. Se ha limitado –lo que no es poco– a localizar y enunciar los retos que la nueva realidad social viene planteando a la familia cristiana. El lema de la alta reunión episcopal lo señalaba muy claro: “Desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”. Y como conclusión ha dejado una serie de sugerencias pastorales que habrán de ser maduradas en las Iglesias locales durante el tiempo que falta hasta el sínodo ordinario de octubre del año que viene. Será entonces cuando deberán ser o no aceptadas, como paso previo a su confirmación por el papa Francisco.
El hecho de que en el sínodo haya habido visiones divergentes no es nada excepcional. Bien por tratarse de tiempos necesarios de renovación, bien por la controversia doctrinal entre manos, lo cierto es que el debate y la discusión han acompañado siempre las tareas de concilios y sínodos. De todas formas, en esta ocasión la unidad de criterios  ha sido mucho mayor de lo que buena parte de los medios  ha hecho llegar a la opinión pública. En realidad, casi todos los puntos –de un total de sesenta y dos– han sido aprobados por amplias mayorías, superiores a los dos tercios preceptivos, y todos recibieron al menos la mayoría absoluta.
Como se ha repetido casi hasta la saciedad, donde se dio mayor disparidad de criterios fue en los puntos referidos a la pastoral con quienes viven en matrimonio civil o en cohabitación; la acogida de las personas de orientación homosexual, y el acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar.
Este último fue el aspecto que más votos contrarios recibió: 74 de un total de 179, aunque no puede saberse si los votos negativos procedieron de quienes pensaban que en las alternativas puestas sobre la mesa se concedía demasiado o más bien poco. En todo caso, la posición que podría considerarse como más aperturista abogó por que la participación sacramental no deberá ser generalizada, sino que habría de quedar reservada para  situaciones particulares, en  condiciones bien precisas y precedida de “un camino penitencial” bajo la responsabilidad del obispo diocesano. La barra libre, por decirlo de alguna manera gráfica, que algunos aventuraban se iba a producir en esta cuestión no lleva, pues, camino de darse. Al igual que tampoco se van a registrar cambios doctrinales sustanciales.

Un sínodo de propuestas

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