n los medios occidentales se habla poco de Bielorrusia, a pesar de ser un país prácticamente situado en el corazón de Europa y de tener, además, una gran importancia geopolítica.
Cuando se desintegró la URSS las empresas más importantes de este pequeño país siguieron bajo el control estatal, por lo tanto, su gobierno pudo mantener parte de los ecosistemas de protección social.
Su presidente, Alexander Lukashenko, conocido en Occidente como el último “dictador” de Europa, gobierna el país desde 1994. Los que lo critican dicen que convirtió a Minsk en una especie de parque temático soviético, porque los edificios de la época estalinista fueron restaurados y pintados; aunque para ser justos eso también ocurrió en el antiguo Berlín Oriental y nadie lo ha criticado. En todo caso, el presidente bielorruso también promovió la vida cultural en la capital, en ella, además, se abrieron muchos cafés, restaurantes, tiendas de moda, etcétera.
Es importante aclarar que el proceso seguido por Lukashenko fue muy diferente a los llevados a cabo en otros países ex socialistas. Empezando que en la década de los años 90 se negó a privatizar de golpe toda la economía, lo cual evitó la aparición de oligarcas y, por ende, de que éstos pudieran adueñarse de los activos de las grandes empresas estatales.
Eso se tradujo en que los actuales empresarios bielorrusos crearon y levantaron sus empresas a partir de cero, lo que marcó una gran diferencia con lo sucedido en otros lugares, con lo cual algunos dicen que allí no hay oligarcas sino empresarios.
Aunque bien es verdad que el presidente bielorruso pudo hacer todo eso gracias a los generosos subsidios Moscú, expresados en los grandes descuentos del petróleo, que, además, refina y exporta a países de la UE. Cosa insólita en un país que no tiene petróleo.
Lo que ocurre ahora, dado que Bielorrusia pertenece a la Unión Económica Euroasiática, una institución supranacional parecida a la UE y que está en fase de desarrollo, es que las ventajas de esos descuentos se están viendo afectadas. A pesar de que Moscú trata de que el impacto sea lo menor posible para los habitantes bielorrusos.
La realidad es que entre los dos países hay un tratado para fusionar ambas economías con vista a una futura unión en un solo Estado.
Una unión que empezó a fraguarse en 1997, todavía bajo el mandato de Boris Yeltsin. Pero mientras eso no ocurra los descuentos del petróleo contradicen directamente el tratado firmado por los países de la UEE.
En cuanto a la futura unión con Rusia, los bielorrusos parecen estar algo divididos. A pesar de todo es muy probable que si ahora mismo se llevara cabo un referéndum ganara el sí mayoritariamente. El segmento de población que está en contra todavía no es muy significativo.
En todo caso, Bielorrusia se enfrenta a una situación difícil y compleja si quiere seguir siendo un estado independiente y al mismo tiempo mantener ciertas prerrogativas sociales como hasta ahora. Aunque es cierto que su economía todavía siegue creciendo al 1.7% anual, no es comparable con el 7.5% que tuvo en la primera década de este siglo.
Ciertamente, el país posee industrias de alta tecnología, como TI Epam Systems Inc., que cotiza en la bolsa de New York. Además produce maquinaria agrícola de alta calidad, como la gigante MTZ que es capaz de fabricar 32.000 tractores anuales. A pesar de todo, sigue siendo muy dependiente de Rusia. Y eso lo sabe su presidente.
Por lo tanto, eso implica que al final Lukashenko, o cualquier otro futuro gobernante bielorruso, tenga que decidirse por la integración definitiva con Rusia, es decir, formar parte de un mismo Estado, que, por otro lado, no sería ninguna anormalidad, ya que tanto rusos como bielorrusos tienen la misma historia y pertenecen al mismo grupo étnico y cultural; ellos mismos dicen que son la misma nación.
Pero últimamente hubo ciertos rifirrafes de baja intensidad entre Lukashenko y el Kremlin. La muestra está en que de pronto él le “tira los tejos” a Occidente para producir celos en Moscú y al día siguiente se “deja querer” por Putin. Nadie sabe si es real o es un montaje. Solo el tiempo lo dirá.