Evolución y no revolución

¿Qué busca un centroamericano en las calles en una ciudad del Norte, alimento, riqueza, dignidad…? ¿Qué le pueden ofrecer esos yermos páramos de cemento que no le dé la fértil tierra que los vio nacer? ¿Quién o quienes los destierran allí donde han de ser expulsados? ¿Qué los impulsa a buscar donde no hay? ¿Qué se les quita que no vaya a serle arrebatado? 
Que tremendo drama el del ser humano convirtiéndose a la fe de la esclavitud. Pero eso somos, esa es nuestra naturaleza y condición y en ella hemos de reconocernos y con ella conformarnos mientras no seamos capaces de imaginar para ella otras formas, otros modos. 
De momento no queda sino caminar como las bestias al azaroso amparo de la manada; ella, en la hora del depredador, da en sacrificio a unos pocos en defensa de los demás, en este caso a las fronteras, mafias, alambradas y gendarmes. A este elemental cuidado le llamamos  instinto de supervivencia en los animales y en el hombre, esperanza; en ellos es innato, en nosotros social, no defendemos como ellos la vida sino posesión y posición. 
Pero no por ello dejamos de ser animales y como ellos merecemos ser iluminados por la linterna mágica del simio de Darwin en pos de un mandato superior al instinto y también a la esperanza, la evolución, única revolución posible, capaz de cambiar de verdad las cosas en este mundo en perpetuo regreso hacia unas formas de civilidad que abrogan lo humano y doblegan a la humanidad. 

Evolución y no revolución

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